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de las diez, estaré con usted acompañado de un
clérigo secretario, por dos fines: para descansar
un poquito y escribir, y porque estoy sobrecargado
de trabajo y sin fuerzas.
((**It4.623**)) Perdone
esta molestia in nomine Domini y el Señor se lo
recompensará. Le saludo con todo el afecto de mi
corazón.
De vuestra Señoría muy apreciada,
Turín,
21 de agosto de 1853
S.S.S.
JUAN
BOSCO, Pbro.
Jefe de
los pilluelos
(``Biricchini'')
Saludos respetuosos a su hermana>>.
Don Bosco necesitaba pasar unos días
tranquilamente. Había terminado los primeros diez
opúsculos de las Lecturas Católicas. Casi 120.000
ejemplares habían sido difundidos entre el pueblo
y, a medida que salían, pasaban ávidamente de mano
en mano. Para los protestantes fueron lo mismo que
cañones de metralla en un combate. Por eso
inflamóse su ira como un incendio. Intentaron
combatir contra ellas en los periódicos y en sus
Lecturas Evangélicas; pero resultaba imposible
competir con la verdad y con la inalcanzable
sencillez de estilo y claridad de don Bosco; así
que hacían una mala figura entre sus afiliados.
Entonces, con la idea de hacerle desistir de su
trabajo, se agarraron como a un clavo ardiendo a
discutir con él personalmente, persuadidos de que,
cara a cara, le convencerían o le avergonzarían.
Los mismos prosélitos, tan soberbios como
ingnorantes, creían que ningún sacerdote católico
era capaz de resistir a sus razonamientos. Así que
empezaron a ir al Oratorio, por parejas y en
grupos, para comenzar las discusiones religiosas.
Generalmente, sus disputas se reducían a mucho
gritar y pasar de una cuestión a otra, sin acabar
ninguna. El, por su parte, no daba a entrever que
estuviera harto de ellos; les recibía siempre
cortésmente, oía con mucha ((**It4.624**)) calma y
paciencia las dificultades que le proponían, y,
después les respondía con razonamientos tan claros
y fuertes que les dejaba acorralados. Para
lograrlo no les permitía andarse por los cerros de
Ubeda y pasar de un tema a otro, como suelen hacer
los herejes cuando disputan con los católicos;
sino que les obligaba a seguir una cuestión hasta
acabarla y lograr que reconocieran la verdad o el
error. Algunos,
(**Es4.476**))
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