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((**Es4.472**) Pero, un buen día, el pastor protestante le llamó y le dijo: -Amigo, tengo una cosa que decirle, y es que no podemos dar más subsidios a los que pertenecen a nuestra iglesia, si no se apunta a ella también su familia; así que, mientras su mujer, su hija y su hijo no se hayan hecho protestantes, me veo obligado a suspender lo que se le daba cada semana. Consintió el negociante, y persuadido de que la mujer no pondría ninguna dificultad para abrazar la religión de su marido, reunió a la familia, al volver a casa, y les hizo su propósición. La mujer no pudo contener su indignación y, llamando al marido apóstata y judas de su religión, terminó diciendo que antes se dejaría descuartizar, que hacerse protestante. Montó en cólera el marido, gritó diciendo que había determinado que toda la familia abrazaría la religión de la Reforma que el llamaba la santa reformada. ((**It4.618**)) -íCómo! respondió la mujer: la religión que se gloría de tener gente como tú, para mí no es una religión reformada, sino una religión de borrachones. íNo hubiera hablado nunca así la pobre mujer! Agarró su marido un garrote y, al primer golpe, la dejó como muerta en el suelo. Ella no dio un grito, no emitió un lamento. Pero su hijo Luis gritó: -Papá, papá, >>qué quiere usted hacer?, >>Quiere matar a mi mamá? Apenas hubo proferido estas palabras, cuando un violento puntapié le envió casi fuera de la puerta. Durante todo el día aquel hombre anduvo furioso. La mujer volvió en sí, pero resuelta a no renegar de su religión. Mientras le fue posible, toleró los brutales tratos del marido. Cada día había nuevas e infernales escenas. Una noche llegó a casa borracho, mientras la familia había pasado la jornada solamente con un poco de pan. Era ya después de medianoche y le acompañaban otras personas de su misma calaña; uno tocaba el acordeón. -Ea, dijo a grandes voces, arriba todo el mundo: es hora de bailar y no de dormir. Replicó la mujer que ya era muy tarde, que estaba algo enferma y que eso les dejaría en ridículo ante los vecinos. Todo en vano. Tuvo que levantarse de la cama, hacer levantar a los otros y ponerse a bailar. Imposible imaginar el disgusto que ocasionó a toda la familia locura semejante. Con estas necedades, más la continua amenaza de golpes y de muerte, si no abrazaba la religión protestante, la mujer huyó de casa, y la hija la siguió. Ambas se pusieron a servir, (**Es4.472**))
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