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Pero, un buen día, el pastor protestante le
llamó y le dijo:
-Amigo, tengo una cosa que decirle, y es que no
podemos dar más subsidios a los que pertenecen a
nuestra iglesia, si no se apunta a ella también su
familia; así que, mientras su mujer, su hija y su
hijo no se hayan hecho protestantes, me veo
obligado a suspender lo que se le daba cada
semana.
Consintió el negociante, y persuadido de que la
mujer no pondría ninguna dificultad para abrazar
la religión de su marido, reunió a la familia, al
volver a casa, y les hizo su propósición.
La mujer no pudo contener su indignación y,
llamando al marido apóstata y judas de su
religión, terminó diciendo que antes se dejaría
descuartizar, que hacerse protestante.
Montó en cólera el marido, gritó diciendo que
había determinado que toda la familia abrazaría la
religión de la Reforma que el llamaba la santa
reformada.
((**It4.618**)) -íCómo!
respondió la mujer: la religión que se gloría de
tener gente como tú, para mí no es una religión
reformada, sino una religión de borrachones.
íNo hubiera hablado nunca así la pobre mujer!
Agarró su marido un garrote y, al primer golpe, la
dejó como muerta en el suelo. Ella no dio un
grito, no emitió un lamento. Pero su hijo Luis
gritó:
-Papá, papá, >>qué quiere usted hacer?,
>>Quiere matar a mi mamá?
Apenas hubo proferido estas palabras, cuando un
violento puntapié le envió casi fuera de la
puerta. Durante todo el día aquel hombre anduvo
furioso. La mujer volvió en sí, pero resuelta a no
renegar de su religión. Mientras le fue posible,
toleró los brutales tratos del marido. Cada día
había nuevas e infernales escenas.
Una noche llegó a casa borracho, mientras la
familia había pasado la jornada solamente con un
poco de pan. Era ya después de medianoche y le
acompañaban otras personas de su misma calaña; uno
tocaba el acordeón.
-Ea, dijo a grandes voces, arriba todo el
mundo: es hora de bailar y no de dormir.
Replicó la mujer que ya era muy tarde, que
estaba algo enferma y que eso les dejaría en
ridículo ante los vecinos. Todo en vano. Tuvo que
levantarse de la cama, hacer levantar a los otros
y ponerse a bailar. Imposible imaginar el disgusto
que ocasionó a toda la familia locura semejante.
Con estas necedades, más la continua amenaza de
golpes y de muerte, si no abrazaba la religión
protestante, la mujer huyó de casa, y la hija la
siguió. Ambas se pusieron a servir,
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