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((**Es4.470**) nuevos inquilinos de su confianza, para estar seguro de no tener al lado vecinos peligrosos. Pero deseaba, como era justo, ((**It4.614**)) sacar de aquella casa la cantidad necesaria para pagar a la propietaria. Para no tener que intervenir personalmente en la cuestión de los arriendos, encargó de este asunto a un tal Mar..., pactando con él que se cuidaría de cobrar los alquileres. y que, por su trabajo, tendría el diez por ciento sobre los cobros. Pero el amigo se embolsaba y se guardaba todo para él. En vano le invitaba don Bosco a pagarle las cantidades debidas, en vano le mandaba llamar para que rindiese cuentas. Un día con un pretexto, otro día con otro, su agente retrasaba la cuestión. Así pasaron cuatro años, sin que don Bosco recogiera ni un céntimo de los inquilinos. Finalmente, apretó don Bosco las clavijas al tal Mar..., que habitaba en la misma casa, y éste le respondió: -Si usted quiere, me marcho. Y entregándole las llaves, sin restituir ni un céntimo a don Bosco, que debía pagar todo el alquiler a la señora Bellezza, se las piró. El dinero que hubo de gastar don Bosco, a causa de La Jardinera, una vez hechas las cuentas, pasó de 20.000 liras. Sin embargo, aunque falto de todo, alcanzó lo necesario siempre de una forma providencial. Finalmente, la señora le sacó de apuros trasladándose ella misma a habitar en aquella casa. Claro que, a causa de su carácter pretencioso, don Bosco tuvo que aguantar muchos pleitos y apremios, hasta con alguaciles de por medio, por ser colindantes; pero eso no era nada en comparación de las pasadas aventuras con los antiguos inquilinos. Intentó aún don Bosco comprar la casa, pero inútilmente porque la dueña no quiso saber nada de venderla. Sus hijos, favorables a la venta, una vez que ella murió el año 1883, firmaron contrato de venta con don Bosco el 22 de febrero de 1884, por 110.000 liras, con lo que finalmente pasó a ser dueño de la casa y de toda la finca adjunta, doblando así casi la superficie del Oratorio. ((**It4.615**)) De esta forma había destruido el segundo baluarte del diablo, que se levantaba junto a la casa del Señor, había secado la fuente de iniquidad, que corría por aquellos contornos y se había hecho dueño absoluto del campo enemigo. Hoy, en aquellos mismos campos, donde el Señor había recibido tantas ofensas en el pasado, se levantan al cielo plegarias y cantos de gloria. (**Es4.470**))
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