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aprobados y, naturalmente, por la única autoridad
que tenía derecho a ello?
Lo ignoramos; pero es cierto que Cibrario fue
varias veces aquel año a Valdocco y que sostenía
con don Bosco largas y serias conversaciones y que
lo vieron todos los alumnos del Oratorio.
Seguramente que no hablaban de política.
Pero, si el Ministro daba disposiciones
generales para el bien de la juventud, don Bosco
tenía también que estudiar otras de más
importancia, muy interesantes para él y sus
muchachos. Había determinado acabar con La
Jardinera, taberna establecida en casa Bellezza,
separada por una sola pared del patio del
Oratorio. Como ya hemos dicho, allí acudían, en
los días festivos y durante el buen tiempo,
jugadores y bebedores y otras gentes de esta ralea
y, entre ellos, algunos discípulos de los
protestantes, cuya bolsa estaba bien provista,
gracias a la apostasía. Acordeones, flautines,
clarinetes, guitarras, violines, bajos y
contrabajos, y omne genus musicorum (toda suerte
de músicos), populares y vulgares, se sucedían
durante la jornada; más aún, frecuentemente y a
ciertas horas de la tarde, se juntaban todos y
daban tales conciertos, que los cantores de la
capilla quedaban ahogados y confundidos por el
ruido y los gritos. Era una representación
práctica de los hijos del siglo por una parte y de
los hijos de la luz por otra, la ciudad del diablo
y la ciudad de Dios. Don Bosco, para quitar la
mala impresión que aquel desorden podía dejar en
el alma de los muchachos, solía recordarles
frecuentemente las palabras del Evangelio: el
mundo saltará de gozo y vosotros estaréis tristes;
pero animaos, porque vuestra tristeza se
convertirá en gozo: Mundus gaudebit; ((**It4.609**)) vos
autem contristabimini; sed tristitia vestra
vertetur in gaudium.
Pero había que acabar de una vez con aquel
desorden, y don Bosco se entregó a ello con toda
su alma. Veía los peligros para sus queridos
muchachos y conocía también los que le amenazaban
a él, si intentaba impedir aquellas escandalosas
reuniones. Pero su virtud habitual le mantenía
impertérrito. Intentó, primero, adquirir la casa;
pero, como la dueña, la señora Tesesa Catalina
Novo, viuda de Bellezza, no tenía la menor
intención de venderla, no pudo lograr nada.
Propúsole entonces alquilarla; pero el
arrendatario, que tenía abierta la bodega,
reclamaba a la dueña unos perjuicios fabulosos y
pretendía una indemnización espantosa. Don Bosco,
acostumbrado a confiar en la ayuda de la Divina
Providencia y en la caridad de los bienhechores,
no se detuvo ante las graves dificultades de los
nuevos gastos. En el entretanto murió el ventero,
y su mujer, aunque de honestidad
(**Es4.466**))
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