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CAPITULO LI
SE REEMPRENDEN LOS TRABAJOS PARA LEVANTAR DE NUEVO
EL EDIFICIO ARRUINAD0 -BIENHECHORES -UNA RIFA
PEQUEÑA -CARIDAD DE DON BOSCO CON EL MAESTRO DE
OBRAS -PREDICACIONES -ORNAMENTOS PARA LA NUEVA
IGLESIA -UNA CAMPANA NUEVA -LAS CUARENTA HORAS
-MONSEÑOR ARTICO, DON BOSCO Y LA FIESTA DE SAN
LUIS
AL llegar la primavera, se comenzaron de nuevo los
trabajos para levantar el edificio arruinado. Las
finanzas de don Bosco estaban exhaustas, andaba
cargado de deudas. Mas éstas no le hacían perder
el ánimo, ni su confianza en Dios. En efecto, se
requería una fe viva, porque siempre se encontraba
en medio de gravísimas angustias, debido también a
las calamidades que continuamente oprimieron a las
naciones. Estaba ahora en los principios, pero a
medida que las dificultades irían aumentando,
hasta agigantarse, él se convertiría también en un
gigante para hacerles frente y superarlas, y lo
mismo que ahora, así dirá entonces, bromeando en
su dialecto piamontés: andand per la str…
s'agiusta la som…. (Andando por el camino se
asienta la carga del pollino).
Y es que verdaderamente se cumplían en don
Bosco, de continuo, las promesas hechas por Jesús
a quien reza con fe. La Divina Providencia, que
había inspirado a los bienhechores su generosidad
con don Bosco para empezar el edificio, siguió
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animándoles para ayudarle a reemprender las obras
y acabarlas. Distinguiéronse entre éstos la
egregia duquesa de Montmorency y los nobles
señores marqueses de Fassati. También el conde
Cays de Giletta y Caselette, que asiduamente
acudía al Oratorio a enseñar el catecismo, en los
días festivos, y daba a don Bosco aquel año una
prueba de su caridad. Debía don Bosco, entre
otras, mil doscientas liras al panadero, el cual
amenazaba con dejarles pasar hambre, a él y a sus
huérfanos, si no le pagaba. Cuando el Conde supo
esto, cubrió aquella gran
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