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de algunas reflexiones de don Bosco, ((**It4.577**)) el
canónigo José Zapatta, se complació en ceder a sus
demandas, y se encargó de censurar un manuscrito;
pero, apenas si había leído medio fascículo,
cuando espantado del todo, hízole llamar y le
devolvió el cuaderno diciendo: <>.
>>Qué hacer? De acuerdo con el Señor Vicario
General, expuso don Bosco la cuestión al
Arzobispo, el cual, desde el destierro no cesaba
de prestarle toda ayuda posible. Al saber estas
dificultades, el celoso Prelado envió una carta a
don Bosco para que se presentara a monseñor Luis
Moreno, Obispo de Ivrea. En ella rogaba el eximio
Arzobispo a su sufragáneo que quisiera proteger
las Lecturas Católicas con su Censura, y monseñor
Moreno se prestó a ello de buen grado. Delegó para
este fin al abogado Pinoli, su Vicario General,
para revisar los fascículos a publicar,
autorizándole, sin embargo, a callar su nombre.
Don Bosco se mantenía firme en su puesto de
batalla. <>. Para los
meses de abril y junio hizo imprimir un pequeño
volumen anónimo, dividido en dos fascículos, que
se titulaba: Una buena madre de familia:
conversaciones morales ((**It4.578**))
según su costumbre, a su casa, en la calle de la
Zecca, casa Bitago. A la vuelta de la esquina,
para pasar de la calle Vanchiglia a la de la
Zecca, junto al café del Progteso, fue
improvisamente atacado por cierto sujeto que,
propinándole un golpe en la cabeza con un grueso
leño, le hizo caer desplomado por el suelo.
Aturdido y sorprendido por el estacazo, el teólogo
Margotti, cayó por tierra, perdió los sentidos y
quedó tendido de bruces hasta que, pasando por
allí casualmente un buen hombre y viendo a un
sacerdote tendido en tierra, acudió a él y lo
levantó. El teólogo volvió en sí y preguntó dónde
se encontraba. Aquel hombre le respondió que se
encontraba en el ángulo de la casa Birago. Rogóle
el teólogo que le acompañase a su casa,
indicándosela. Acompañado y sostenido por el
desconocido, pudo volver a entrar en su casa,
donde se le aplicaron inmediatamente los primeros
cuidados. Se llamó a los médicos, que no
encontraron ninguna lesión grave. El golpe,
dirigido a la sien izquierda, al caer de arriba a
abajo, quedó amortiguado por el cabello, y sólo
sufrió una contusión la región de la oreja, cuya
parte exterior quedó rasgada.
El asesino, que tal vez creyó que su víctima
estaba muerta, huyó y dejó en el suelo el leño,
con el que había cometido el crimen. Al ver aquel
madero parecía imposible que el Teólogo hubiera
podido escapar con tan poco daño. No se trataba de
un leño ordinario, sino de un grueso garrote de
fresno, más delgado por una punta y más grueso por
la otra, toscamente cortado: como un leño
ordinario para echar al fuego.
Pero afortunadamente, el intento de los
asesinos falló, y el valeroso escritor, totalmente
restablecido al poco tiempo, volvió a tomar la
pluma y siguió empleando su incomparable talento
en favor de la Iglesia y de la Sociedad.
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