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en el corazón del hombre al dotarle de razón, o
bien a lo que retuvieron de la Santa Religión
Católica.
>>Por lo demás, podemos desafiar a calvinistas,
luteranos, valdenses, anglicanos, a todos los
herejes juntos de todas las sectas a mostrarnos
una sola persona de entre ellos, tan eminentemente
virtuosa en grado heroico como exige la Iglesia
romana a sus hijos para levantarlos al honor de
los altares... >>Y han sido capaces los
protestantes de poder mostrar un milagro realizado
por sus jefes o por alguno de sus seguidores?
íNunca! En cambio, en el seno de la Iglesia
Católica Romana, se han realizado y todavía se
realizan verdaderos milagros, y quien lo desee,
puede asegurarse de ello leyendo los procesos
apostólicos... Ahora bien, >>quién no sabe que los
milagros son una prueba evidente de la verdad y de
la santidad de la Religión?... Dios no puede
concurrir con prodigios a la autorización de una
Iglesia, que no sea la establecida por El, única
fuente de verdad y de santidad; pues, de otro
modo, él mismo empujaría al error. Pero en la
Iglesia Católica Romana hay santos y verdaderos
milagros; por consiguiente, necesariamente es ella
la verdadera Iglesia de Dios, autor soberano de
toda santidad y de todos los milagros>>.
Esta libertad de palabra, inspirada en el
praedicate super tecta (predicad por encima de los
techos), mandado por el Divino Salvador, hacía
pensar seriamente a la Curia Arzobispal, que
conocía los feroces propósitos de las sectas. Don
Bosco, después de haber preparado los fascículos y
antes de darlos a la imprenta, los presentaba para
la correspondiente censura; pero, íhecho singular!
sólo los de los primeros seis meses llevan la
nota: Con aprobación de la Censura Arzobispal,
pero ninguno de los delegados había querido añadir
su propia firma. Ninguno aceptaba asumir el cargo
de censor. ((**It4.576**)) Aducían
la razón de que era un asunto peligroso, en
aquellos momentos, trabar batalla con protestantes
y masones que, para deshacerse de sus adversarios,
aprovechaban cualquier medio. En prueba de ello,
recordaban el asesinato del conde Peregrino Rossi,
de monseñor Palma y del abate Ximenes, director
del periódico Lábaro de Roma, y de muchos otros
defensores de la verdad, apuñalados por aquellos
tiempos. Por una parte no andaban del todo
equivocados sus temores: porque lo que poco más
tarde sucedió, en el mismo Turín, al intrépido
director de Armonía de entonces, el teólogo
Santiago Margotti, hizo ver lo que un escritor
católico podía esperar de ciertos sectarios 1. Sin
embargo, después
1 El 28 de enero de 1856, hacia las nueve y
media de la noche volvía el teólogo Margotti,
(**Es4.441**))
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