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Al llegar la cuaresma, que empezaba el nueve de
febrero y terminaba el veintisiete de marzo,
preparó a los muchachos para la catequesis de la
Pascua, con la santificación de los últimos días
de carnaval. En estos días enviaba al clérigo Rúa
y a otros a buscar muchachos por todos los
contornos, con el encargo de llevarlos a las
funciones; y como cebo para atraerlos, les
entregaba regalitos para que los distribuyeran.
Pero el Oratorio que necesitaba una ayuda
especial era el de San Luis de Puerta Nueva, ya
fuera porque era el más próximo a los valdenses,
ya fuera porque necesitaba más personal dirigente.
Al sacerdote don Pedro Ponte había sucedido el
teólogo Félix Rossi, hombre celosísimo, mas de
precaria salud.
Por este motivo, durante varios años, don
Bosco, que no cesaba durante la cuaresma de
confesar a los muchachos de Valdocco, se prestaba
con gusto para oír las confesiones de una buena
parte de los de San Luis. <((**It4.573**)) cumplir
el precepto pascual, se reunían muchos muchachos
en el Oratorio de San Luis de Puerta Nueva y desde
allí, atravesando toda la ciudad, eran acompañados
hasta el Oratorio de Valdocco donde don Bosco les
confesaba. Estos muchachos eran ya grandecitos y
generalmente díscolos y calaverillas. Pero don
Bosco tenía unas condiciones especiales para
atraerlos a los sacramentos y hacer mejores hasta
a los peores>>.
Además, don Bosco no dejaba de visitarlos en su
Oratorio, lo mismo que a los de Vanchiglia. Solía
avisarles una semana antes de su ida, y aquel día
era una fiesta grande, que iba acompañada de un
bocadillo de salchichón.
Empezaba el mes de marzo de 1853, y mientras él
instruía en la catequesis diaria de la cuaresma a
una multitud de chicos del pueblo, salía a la luz,
de la tipografía De Agostini, el primer número de
las Lecturas Católicas. Se titulaba: El Católico
instruido en su religión: entretenimientos de un
padre de familia con sus hijos, de acuerdo con las
necesidades del tiempo, resumidos por el sacerdote
Juan Bosco. El padre de familia, para don Bosco,
representaba al abogado Luis Gallo de Génova, con
el que había sostenido amigables relaciones
mientras componía este libro, de cuatrocientas
cincuenta y dos páginas, dividido en seis
fascículos, en treintaidosavo. Era un verdadero
tratado, casi completo, pero popular, sobre la
verdadera religión. Impugnaba los errores, la
impiedad, las contradicciones
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