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((**Es4.436**) encendía en santo celo. Y él, que permanecía tranquilo y sereno en todas las desgracias materiales, apenas lo sabía, exclamaba entristecido: -íAh, qué desastre! íQué desastre! Y, sin más lamentos, se entregaba al trabajo de reparación, diciendo en ocasiones: -He rezado mucho al Señor para que no sucedieran nunca estas desgracias. íPaciencia! íHágase la voluntad de Dios en el bien y en el mal! Después, realizaba lo que muchas veces acostumbraba decir ante toda la comunidad reunida: -íMirad! don Bosco es el hombre más bonachón que haya en la tierra; pero no escandalicéis, no destrocéis las almas, porque entonces es inexorable. Y en efecto, reconocido y convicto cualquiera que fuese el escandaloso, lo alejaba sin más de casa, y no solamente a él, sino también a sus cómplices. Cuenta el canónigo Anfossi que quedóle impresa en el alma la plática que en su tiempo les dirigió una noche don Bosco hablando de cierta persona de edad algo avanzada, que él ((**It4.569**)) había recogido y que durante mucho tiempo había dado pruebas de piedad, mas, en contra de ello, vino a saberse que era un lobo disfrazado de cordero, y que, a escondidas, había robado una alma al Señor por lo que fue inmediatamente alejado del Oratorio. Don Bosco, después de haber hecho comprender lo sucedido con mucha prudencia, habló de los graves daños que acarrea el escándalo con la pérdida de las almas; y lloraba. Don Bosco habló así, porque se había llegado a saber la cosa por otros. Cuando por circunstancias imperiosas, se veía obligado a suspender la ejecución de su sentencia, avisaba una sola vez al escandaloso, en ocasiones le aislaba rigurosamente de la compañía de los alumnos y procuraba que estuviese continuamente vigilado; pero si recaía, lo echaba de casa, aún a costa de cuanto pudiese suceder. Habiendo llegado a saber que un alumno tenía escondido cierto libro no muy correcto adquirido de tapadillo, le llamó, le reprendió, hizo que le presentara los libros y, como no dejó aquellas lecturas, le alejó del Oratorio, pese a estar dotado de singular talento. Usaba cautela con la víctima. Pensaba que, en medio del mundo, empeoraría su condición moral y religiosa y pudiera perder la fe y tener una mala muerte, hacía todos los posibles para reternerlo junto (**Es4.436**))
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