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encendía en santo celo. Y él, que permanecía
tranquilo y sereno en todas las desgracias
materiales, apenas lo sabía, exclamaba
entristecido:
-íAh, qué desastre! íQué desastre!
Y, sin más lamentos, se entregaba al trabajo de
reparación, diciendo en ocasiones:
-He rezado mucho al Señor para que no
sucedieran nunca estas desgracias. íPaciencia!
íHágase la voluntad de Dios en el bien y en el
mal!
Después, realizaba lo que muchas veces
acostumbraba decir ante toda la comunidad reunida:
-íMirad! don Bosco es el hombre más bonachón
que haya en la tierra; pero no escandalicéis, no
destrocéis las almas, porque entonces es
inexorable.
Y en efecto, reconocido y convicto cualquiera
que fuese el escandaloso, lo alejaba sin más de
casa, y no solamente a él, sino también a sus
cómplices.
Cuenta el canónigo Anfossi que quedóle impresa
en el alma la plática que en su tiempo les dirigió
una noche don Bosco hablando de cierta persona de
edad algo avanzada, que él ((**It4.569**)) había
recogido y que durante mucho tiempo había dado
pruebas de piedad, mas, en contra de ello, vino a
saberse que era un lobo disfrazado de cordero, y
que, a escondidas, había robado una alma al Señor
por lo que fue inmediatamente alejado del
Oratorio.
Don Bosco, después de haber hecho comprender lo
sucedido con mucha prudencia, habló de los graves
daños que acarrea el escándalo con la pérdida de
las almas; y lloraba. Don Bosco habló así, porque
se había llegado a saber la cosa por otros.
Cuando por circunstancias imperiosas, se veía
obligado a suspender la ejecución de su sentencia,
avisaba una sola vez al escandaloso, en ocasiones
le aislaba rigurosamente de la compañía de los
alumnos y procuraba que estuviese continuamente
vigilado; pero si recaía, lo echaba de casa, aún a
costa de cuanto pudiese suceder. Habiendo llegado
a saber que un alumno tenía escondido cierto libro
no muy correcto adquirido de tapadillo, le llamó,
le reprendió, hizo que le presentara los libros y,
como no dejó aquellas lecturas, le alejó del
Oratorio, pese a estar dotado de singular talento.
Usaba cautela con la víctima. Pensaba que, en
medio del mundo, empeoraría su condición moral y
religiosa y pudiera perder la fe y tener una mala
muerte, hacía todos los posibles para reternerlo
junto
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