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de conducta. Don Bosco devolvía enseguida los
signos externos de benevolencia al culpable que se
humillaba y prometía sincera enmienda: no sufría
menoscabo su interior bien querer, que era el que
le llevaba a portarse de aquel modo para mejorarle
y alejarle de los peligros del mal.
Pero si alguno se mostraba indiferente a estas
paternales reprensiones o era reincidente en sus
faltas, no transigía y dejaba que le fuera
aplicado algún pequeño castigo; secreto, si así
era su falta; público y grave, aunque rara vez, si
la culpa merecía tal medida para reparar el mal
ejemplo. En estos casos no daba él mismo el
castigo, dejaba que lo hicieran ((**It4.562**)) sus
subalternos, reservándose para sí el mitigarlo,
para ser más dueño de los corazones y hacerles
mayor bien. Pero quería que se excluyeran siempre
los golpes, las privaciones del alimento
necesario, los castigos humillantes o irritantes,
las reprensiones acompañadas de expresiones
ofensivas. Exigía gran benignidad en las formas, y
decía:
-No hay que humillar a los culpables, sino
procurar que se humillen por sí mismos.
Los castigos se reducían a la privación de
parte del companaje para los gandules; al
aislamiento y separación de los compañeros durante
le recreo para los desobedientes; en estar fuera
del comedor, pero con la porción correspondiente
de comida, para los que saltaban la tapia para
salir sin permiso. Estos castigos, aunque no muy
graves, procuraba don Bosco que lo fueran en la
apreciación de los muchachos. De este modo, con
poco, ganaba mucho.
Acostumbraba dar normas a asistentes y maestros
para que supieran aplicar a los culpables un
aumento gradual del castigo, sin salirse de los
límites por él trazados, de acuerdo con la faltas.
Decía:
-Cuando es absolutamente necesario castigar, la
primera vez oblíguese a los castigados a estar de
pie en su puesto, durante el tiempo de la comida,
pero con la comida. Si recaen en la falta,
castígueseles haciéndoles ir a comer al
refectorio, después de los demás. Finalmente, si
no bastan estos castigos, póngaseles en una mesa
aparte en medio del comedor. Pero la comida será
lo último a quitar y rara vez. Y en este caso
dígase en privado a los muchachos mismos que no se
sirvan, pero colóqueseles delante la comida, como
a todos los demás. Generalmente obedecen, porque
entienden que el superior emplea con ellos la
atención de ahorrarles una mala figura ante toda
la comunidad.
Aún en estos casos, si don Bosco veía que un
alumno era sincero, al reconocerse culpable de una
falta de la ((**It4.563**)) que
había sido acusado,
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