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más que el culpable. Los muchachos reconocían en
estos sus modos el más grave de los castigos, y
eran muchos los que experimentaban tal pena que
rompían a llorar, por largas horas, y a veces de
la noche al alba.
Juan Francesia dormía una noche, durante el
tiempo de las grandes excursiones, junto a un
joven de los mayores. Este temblaba, mordía las
sábanas, suspiraba.
->>Qué te pasa? le preguntó Francesia.
-Que don Bosco me ha mirado.
->>Y qué con eso? >>Qué hay de extraño o de
nuevo en que don Bosco te haya mirado?
-íEs que me ha mirado de tal manera...!
Y seguía gimiendo.
A la mañana siguiente contó Francesia lo
sucedido a don Bosco y el preguntó:
->>Qué le pasaba a aquél?
-íOh! ya lo sabe él, respondió don Bosco.
Cierto día, dijo don Bosco a un muchacho
desobediente unas palabras un poco fuertes. El
muchacho se retiró pensativo; durante la noche le
subió la fiebre, comenzó a delirar, y el delirio
le duró hasta el día siguiente por la noche.
Continuamente salía de sus labios el nombre de don
Bosco acompañado de un gemido:
-íDon Bosco no me quiere!
Y don Bosco tuvo que ir a visitarle a la
enfermería. El enfermo, al oír su voz, ((**It4.561**)) se fue
calmando poco a poco; don Bosco le aseguró que le
seguía queriendo siempre igual y que se preocupase
de curar, porque continuarían siendo siempre
amigos. La alegría produjo en el joven tal cambio,
que la fiebre cesó. Era un poquito soberbio, pero
de íntegras costumbres, y así se mantuvo siempre.
Le tocaba a don Bosco andar con suma precaución
con muchos de sus queridos hijitos y medir
cualquier palabra de justa reprensión, porque las
faltas que, en apariencia, parecían tal vez algo
graves, resultaba que, en la intención del
muchacho y por la inadvertencia de la edad, no
eran tales y, por tanto, algunos casi enloquecían
temiendo haber causado pena a don Bosco. Empleaba,
al mismo tiempo, un continuo y gran cuidado para
corresponder a los actos de atención y afecto de
los alumnos mejores, porque una sola distracción u
olvido suyo hacían temer igualmente al jovencito
haberle causado algún disgusto, y, aunque sintiese
que no había cometido ninguna falta, quedaba, sin
embargo, inquieto.
Los que habían merecido la lección, casi todos
cambiaban inmediatamente
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