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CAPITULO XLVIII
UNA PALABRA SOBRE LOS CASTIGOS
DECIA, el teólogo Ascanio Savio:
-De tal modo había sabido don Bosco dominar su
temperamento bilioso, que parecía flemático y tan
manso que condescendía siempre con sus alumnos,
siempre y cuando no anduviese por medio la gloria
de Dios o el bien de las almas. Era su norma que,
a ser posible, se evitase todo castigo; pero, si
un muchacho lo merecía, sabía corregirle en su
tiempo y lugar. Ejercía la justicia en grado
eminente; mas su celo estaba inspirado por la
caridad y la dulzura, y el castigo era algo
secundario, a emplear sólo cuando no eran
suficientes los medios preventivos para corregir a
un culpable. No se le veía inquieto cuando había
de reprender a alguno, persuadido de que non in
commotione Dominus (el Señor no está en la
conmoción), y solía hacerlo siempre en privado.
-Yo no recuerdo, afirmaba José Buzzetti, que
don Bosco haya corregido nunca a nadie
injustamente. Cuando nos corregía, nos veíamos
obligados a confesar: don Bosco tiene razón.
El primer castigo que daba era el de
presentarse un tanto serio ante los jóvenes
reacios a la obediencia, que habían faltado a
sabiendas a alguna norma del reglamento, o no
habían hecho caso de un aviso o de un consejo. Don
Bosco, entonces, no les hacía partícipes de
ciertos signos de benevolencia que ((**It4.560**))
dedicaba a los mejores; les privaba de su amable
mirada y simulaba no verlos; no permitía que le
besasen la mano, que retiraba con calma, mientras
sonriente dejaba que otros le manifestasen aquel
signo de respeto; o no respondía, si se le
acercaban a darle los buenos días o las buenas
noches. En ocasiones les preguntaba si, de veras,
no le querían. Si la falta era secreta, usaba
estos modos, de forma que no se diera cuenta nadie
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