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la sinceridad que hay que tener, particularmente
con los superiores, en los asuntos del alma;
describía sus ventajas y la llamaba llave de la
paz interior, arma eficacísima para liberarse de
la tristeza, secreto el más seguro para estar
satisfechos en la vida y a la hora de muerte y
para alcanzar una gran perfección. Con esta
recomendación no intentaba más que impedir el
pecado, o destruirlo con todas sus consecuencias.
Acostumbraba decir a sus ayudantes:
-Hemos de alejar de casa el pecado y lograr que
nuestros muchachos ((**It4.555**)) vivan
todos en gracia de Dios: sin esto, no pueden ir
bien las cosas.
Y añadía frecuentemente:
-Recordad que el primer método para educar
bien, es hacer buenas confesiones y buenas
comuniones.
Ponía toda la fuerza de su misión entre la
juventud, en la frecuencia de estos sacramentos.
Procuraba que sus alumnos se acercaran a ellos
regularmente, más aún, muy a menudo, pero sin
presión alguna. Les exhortaba y quería que fueran
exhortados, pero no les obligaba. Aunque él estaba
confesando todas las mañanas, y era deseo general
confesarse con él, al extremo de no tener tiempo
para satisfacer el deseo de todos, quería sin
embargo, que hubiera otros confesores externos,
particularmente en los días de fiesta y sus
vigilias. Dejaba a todos la máxima libertad; no
hacía observación alguna ni quería que se hiciese
sobre quién se confesaba con él y quién con otro
sacerdote. Y, años más tarde, dio esta norma a un
sacerdote de los suyos:
-Actúa de manera que no des la menor señal de
parcialidad con quien se confiesa preferentemente
con uno más que con otro.
Tampoco se doblegó nunca a permitir que en los
días de comunión general salieran los muchachos
ordenadamente por filas de bancos para acercarse
al altar, a fin de que el que no estaba preparado,
no se dejase vencer, con grave daño para él, por
el respeto humano, o fuese señalado con el dedo
por los demás. Prefería la libertad y un poco de
desorden. En la misa diaria de comunidad eran tan
numerosas las comuniones, que algunos forasteros
preguntaron alguna vez qué fiesta se celebraba
porque les parecía haber asistido a una comunión
general.
Por lo demás, el bien operado por don Bosco con
la confesión es tan grande, que nos atreveríamos a
llamarle el apóstol de la confesión. Inspiraba tal
tranquilidad y confianza en Dios y en su
misericordia que, muchos, aún después de salir del
Oratorio, encontraban
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