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podían también marcharse a su arbitrio, sin que
ninguna ley o autoridad se lo impidiese; y,
además, habría confirmado entre ellos las
habladurías que periodistas comprados, saltabancos
e hipócritas, iban esparciendo a todo viento, de
que los sacerdotes eran unos tiranos, enemigos de
la libertad y del pueblo. Pero, con su sistema,
don Bosco impidió que un mal tan grande se
infiltrase entre sus jovencitos. Por esto, el
Oratorio fue frecuentadísimo siempre, hasta hacer
necesaria la apertura de otros nuevos en varias
partes de la ciudad; y, por otro lado, si una
lengua maldiciente se atrevía a difamar a los
sacerdotes en presencia de los jóvenes, que a
ellos asistían, les bastaba recordar los rasgos de
la exquisita bondad, empleada por don Bosco, para
dar a los maldicientes un solemne mentís. En
efecto, sucedió algunas veces en los talleres,
oponer este argumento a los que azuzaban los
ánimos contra los sacerdotes, y algunos recuerdan
que, entonces, no sabiendo qué responder, decían
los murmuradores: -Si todos los curas fueran como
vuestro don Bosco, tendríais razón; pero no es
así. Mas ellos, que veían a los teólogos Borel,
Chiaves, Carpano, Murialdo, Vola, Marengo y a
muchísimos otros ejemplares sacerdotes, que
formaban espléndida corona a don Bosco, y que se
empeñaban en imitarlo en el bien querer y tratar a
los jóvenes y hasta hacer de amigos y padres de
los golfillos, persistían firmes en sus
convicciones, y ((**It4.546**))
juzgaban las maledicencias como calumnias que
eran, y seguían adelante. De este modo, juntamente
con el amor y afición a la religión católica,
crecía en ellos un gran aprecio y una profunda
veneración por sus ministros; y no se puede
titubear diciendo que éstos eran los frutos de la
educación que don Bosco y sus pacientes
colaboradores les impartían.
Había experimentado don Bosco tan felices
resultados con este sistema para el bienestar
moral de los muchachos, que, después de haber
acostumbrado a todos sus ayudantes a practicarlo,
y después de sostener algunas conferencias con el
teólogo Eugenio Galletti, canónigo del Corpus
Christi, terminó por escribir un breve tratadito,
demostrando en qué consisten los dos sistemas,
preventivo y represivo, aduciendo las razones por
las que debe preferirse el primero, enseñando su
aplicación práctica y mostrando sus grandes
ventajas. Este utilísimo escrito vio la luz más
tarde en el Reglamento para las Casas Salesianas;
y creemos satisfacer el interés de los lectores
reproduciéndolo aquí para su norma y gobierno.
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