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otro don con el que, además de una memoria
prodigiosa, un gran entendimiento y una mente
difícil de distraer, había dotado el Señor a su
siervo fiel. Diole Dios una facultad, más única
que rara, para ocuparse, a un mismo tiempo, de
cosas diversas y dispares, rigiendo sin esfuerzo
su mente firme y serena cuando le presentaban a la
vez varias ideas, y sin confundir una con otra.
Confesaba durante días enteros y al mismo tiempo
organizaba todo el plan de una Lectura Católica,
preparaba un sermón, desarrollaba un nuevo
proyecto, pensaba en una o varias respuestas a dar
o en varias cartas a escribir, sin faltar a la
necesaria atención de lo que en aquel momento
realizaba. Un domingo del 1869, decía a don
Joaquín Berto:
-Esta mañana, mientras predicaba exponiendo la
Historia Eclesiástica, ((**It4.542**)) he
compuesto en mi mente un folleto para las Lecturas
Católicas y he pensado en la manera más eficaz de
proveer a tal necesidad de la casa.
A la multiplicidad de sus operaciones mentales
correspondía la multiplicidad de sus obras, para
las que aprovechaba todos los conocimientos
adquiridos. Era tan grande la seguridad y amplitud
de sus ideas que causaba estupor. En cuanto a las
cartas, podía dictar o escribir hasta diez a la
par, interrumpiendo, o continuando una ahora, otra
después, sin confundir los asuntos, los
razonamientos, los detalles, y recordando lo que
había puesto antes en cada una o lo que debía
exponer después.
Pero en medio de estos pensamientos, dominaba
siempre el del bien de sus muchachos, lo mismo que
el sol descuella por encima de las estrellas. En
efecto, sobre su escritorio, entre opúsculos,
cartas y programas, había un Reglamento para el
internado de San Francisco de Sales, empezado en
1852 y que no terminó de redactar hasta 1854,
después de largas meditaciones.
Ya hemos dicho que al principio de la fundación
del Oratorio no había en él más reglas que las que
ligan naturalmente a los miembros de una familia.
Cinco años después, escribió algunos artículos
para norma de cada dormitorio; en ellos se
marcaban las reglas más necesarias para la buena
conducta moral, religiosa y laboral de los
alumnos. Mientras tanto don Bosco, a medida que
iba viendo la necesidad de prevenir un desorden,
no dejaba de tomar algunas notas, cuyo desarrollo
iba produciendo la organización del internado.
Estas fueron las reglas primitivas, que después
fue retocando, mejorando, ampliando como fruto de
la experiencia, mientras borraba algunas
prescripciones que, con el andar del tiempo, se
habían convertido en inútiles por distintas
circunstancias. Este ((**It4.543**))
Reglamento estuvo
(**Es4.416**))
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