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((**Es4.415**) llegaba la noche y no podía escribir o leer, subía al pescante con el cochero; hablaba con él, primeramente de temas alegres o indiferentes, y después de cosas espirituales. Si había que cambiar de coche o de caballos, entonces, sobre un murete o en una sala de la posada, seguía escribiendo en medio del alboroto de la gente. Hasta cuando andaba a pie, si iba solo, seguía meditando y tomando notas en sus papeles. En los departamentos de los coches del ferrocarril, se colocaba tranquilo como si estuviese en su aposento, y, sacando fuera sus manuscritos, los ponía sobre el asiento y los iba repasando a su gusto uno por uno. En las estaciones no dejaba su estudio, como si se encontrase en un salón de lectura. Y, al llegar a término, entre sermón y sermón, no perdía un minuto y se sentaba al escritorio. De este modo, sin darse cuenta de ello, llegaba al final de un opúsculo, de un volumen, maravillado y satisfecho. Sucedió alguna vez que, acercándose el día en que debía entregar un opúsculo a la imprenta, insistía el tipógrafo para que le enviase el manuscrito. Y don Bosco aún no había escrito ni una línea; entonces, aquella misma noche se sentaba al escritorio, escribía durante toda la noche y, a la mañana siguiente, hacia el mediodía, entregaba el opúsculo terminado o casi terminado al jefe de tipógrafos. Nos viene aquí al pelo añadir que estas composiciones no le impedían cumplir con su inacabable correspondencia epistolar. El trabajo no era una fatiga para don Bosco, sino una pasión. Son incalculables las cartas que recibió o expidió. Entre el día y la noche apostillaba hasta doscientas cincuenta. ((**It4.541**)) Aturde la multitud y variedad de asuntos que debía tratar o responder, y estaban todas sus cartas llenas del espíritu del que las escribía. La humildad, la dulzura, el desinterés, el amor por la justicia, la prudencia, la rectitud, la caridad, la sumisión total a la voluntad de Dios, son la huella uniforme que les sirve de contraseña. Recibió cartas de todas las partes del mundo, y estamos persuadidos de que casi no hay ciudad en Europa a la que no hayan llegado, pocas o muchas, algunas de sus cartas. También en esto está su vida de acuerdo con lo que él había escrito sobre San Vicente de Paúl. No dejaba nunca de responder a todos, fueran prelados, príncipes, nobles, comunidades, obreros, mujercitas o niños. De tantísimas cartas no nos queda más que una pequeña parte, casi un millar y medio, precioso tesoro que nos permite conocer, cada vez más y mejor, a don Bosco. Durante el curso de nuestra historia se verá cuán amplio debió ser el tiempo por él dedicado a esta ocupación. Pero lo que hace resaltar más sorprendentemente su actividad es (**Es4.415**))
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