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El hundimiento de la casa ocasionó otras
desgracias a más de los daños materiales. Debido a
lo avanzado de la estación, no se podían acabar y
ni siquiera continuar los trabajos. Apenas si se
podía cubrir y reparar el brazo de levante,
todavía no acabado, y que permanecía en pie. Por
tanto, >>cómo arreglárselas con la estrechez de
locales? El amor hace milagros y tal era el de don
Bosco. Se aseguraron las paredes de la antigua
capilla y se convirtió en dormitorio; las escuelas
diurnas y nocturnas se trasladaron, con las
debidas cautelas y piadosos cuidados, a la iglesia
nueva, la cual, sin embargo, se empleaba para el
culto divino y las prácticas religiosas en los
días festivos, y durante la semana se convertía en
escuelas.
Se puso una clase en el coro, otra en el
presbiterio; una tercera y una cuarta, en las
capillas de los altares laterales; y otras, en la
nave de la iglesia. Resultaba un conjunto enredado
y desordenado, pero de apariencias tan románticas
y singulares, que todos los muchachos acudían allí
con ((**It4.518**))
verdadero entusiasmo. El ambiente no era muy
propicio, ciertamente. Pero don Bosco tuvo siempre
como norma: vivir contento frente a toda
contrariedad, y saber encontrar en ellas la parte
cómica; al prescribir alguna variación en el orden
de la casa quería se hiciese con cierto aire de
alegría, como prueba de la gran utilidad que
nacería de aquella disposición. Con este sistema
todos los jóvenes acogían siempre de buena gana
cualquier cambio, por extraño e incómodo que
resultase.
Ellos mismos, sin darse cuenta, seguían su
ejemplo y se sentían inclinados habitualmente a
buscar motivos de broma en las propias
adversidades. Así, después de pasado el miedo y la
pena de aquel desastre, Carlos Tomatis, que era de
ingenio fácil y alegre, compuso una poesía en
piamontés, que se recitó muchas veces en el teatro
y que hacía reír a mandíbula batiente.
Los célebres versos aparecieron impresos en el
Boletín Salesiano. Los traemos aquí, traducidos
por nuestro hermano el doctor don Juan Bautista
Francesia, para que puedan ser entendidos por
quienes desconocen el dialecto piamontés.
Estaba yo soñando: parecía
Que humeaba un caldero en la cocina
Con la rica polenta, que me hacía
Estallar de placer y de alegría:
Cuando mamá gritó con triste voz:
íQue la casa se cae, esto es atroz!
Me despierto asustado y aturdido
Al tronar de un estruendo pavoroso;
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