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((**Es4.395**) movida en su base, pendía aparatosamente sobre la pobre casucha. El caballero Gabbetti, que era uno de los ingenieros, examinó atentamente la columna, se mordió los labios y preguntó a don Bosco: ->>Quién dormía esta noche en ese sitio? -Yo, contestó don Bosco, y unos treinta jovencitos. El ingeniero tomó del brazo a don Bosco y le dijo: -Vaya, pues, con sus ((**It4.515**)) jóvenes a dar gracias a la Virgen, porque tiene motivo para ello. Esa columna se sostiene contra todas las razones de la técnica y, de haberse derrumbado, hubiera aplastado a usted y a los jóvenes en la misma cama. Desafío a todos los ingenieros del mundo a sostener en pie una torre con esa inclinación. íEs un verdadero milagro! Diose orden inmediatamente de derribarla; pero, >>cómo realizarlo sin riesgo para la vida de los obreros? Con las necesarias precauciones atáronla los albañiles con gruesas cuerdas, la aseguraron bien y, después, subieron a los andamios, la fueron deshaciendo poco a poco, librando a la pobre casucha de una ruina total. Otro rasgo visible de la protección del cielo fue éste. Eran ya las ocho de la mañana. Todavía quedaba en pie, en la nueva casa, una parte de la pared que miraba hacia el patio con las arcadas de los pórticos todavía intactas. Pues bien, mientras la comisión municipal, don Bosco y varios muchachos, entre los que se encontraban Cagliero, Turchi, Tomatis, Arnaud, estaban como asombrados, contemplando y lamentando la inmensa ruina, uno de ellos, al ver moverse las columnas, gritó: ícorred, corred! Corrieron todos como un rayo al medio del patio. Apenas llegaron, cayó la pared con un ruido espantoso, lanzando vigas, piedras y ladrillos a varios metros de distancia. Es fácil imaginar su impresión. Enmudecieron y el mismo don Bosco se quedó atónito y con el rostro pálido un instante. Tembló el suelo como por la sacudida de un terremoto y acudió una turba de vecinos. Todos cercaban a don Bosco lamentando la desgracia. Pero él, tranquilo ya y sonriente, dijo al señor Duina: -íHemos jugado al juego de los ladrillos!, aludiendo a la diversión de los muchachos que ponen de pie toda un fila de ladrillos, uno junto a otro, y al empujar el primero van cayendo los demás. La impresión que tan gran desastre dejó en los internos fue tal, que durante varios meses, al menor rumor, como por ejemplo el paso de ((**It4.516**)) un carro, o la descarga de una carretilla de piedras, les sobresaltaba, les hacía temblar y quedaban pálidos como la muerte. (**Es4.395**))
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