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movida en su base, pendía aparatosamente sobre la
pobre casucha. El caballero Gabbetti, que era uno
de los ingenieros, examinó atentamente la columna,
se mordió los labios y preguntó a don Bosco:
->>Quién dormía esta noche en ese sitio?
-Yo, contestó don Bosco, y unos treinta
jovencitos.
El ingeniero tomó del brazo a don Bosco y le
dijo:
-Vaya, pues, con sus ((**It4.515**)) jóvenes
a dar gracias a la Virgen, porque tiene motivo
para ello. Esa columna se sostiene contra todas
las razones de la técnica y, de haberse
derrumbado, hubiera aplastado a usted y a los
jóvenes en la misma cama. Desafío a todos los
ingenieros del mundo a sostener en pie una torre
con esa inclinación. íEs un verdadero milagro!
Diose orden inmediatamente de derribarla; pero,
>>cómo realizarlo sin riesgo para la vida de los
obreros? Con las necesarias precauciones atáronla
los albañiles con gruesas cuerdas, la aseguraron
bien y, después, subieron a los andamios, la
fueron deshaciendo poco a poco, librando a la
pobre casucha de una ruina total.
Otro rasgo visible de la protección del cielo
fue éste. Eran ya las ocho de la mañana. Todavía
quedaba en pie, en la nueva casa, una parte de la
pared que miraba hacia el patio con las arcadas de
los pórticos todavía intactas. Pues bien, mientras
la comisión municipal, don Bosco y varios
muchachos, entre los que se encontraban Cagliero,
Turchi, Tomatis, Arnaud, estaban como asombrados,
contemplando y lamentando la inmensa ruina, uno de
ellos, al ver moverse las columnas, gritó:
ícorred, corred!
Corrieron todos como un rayo al medio del
patio. Apenas llegaron, cayó la pared con un ruido
espantoso, lanzando vigas, piedras y ladrillos a
varios metros de distancia. Es fácil imaginar su
impresión. Enmudecieron y el mismo don Bosco se
quedó atónito y con el rostro pálido un instante.
Tembló el suelo como por la sacudida de un
terremoto y acudió una turba de vecinos. Todos
cercaban a don Bosco lamentando la desgracia. Pero
él, tranquilo ya y sonriente, dijo al señor Duina:
-íHemos jugado al juego de los ladrillos!,
aludiendo a la diversión de los muchachos que
ponen de pie toda un fila de ladrillos, uno junto
a otro, y al empujar el primero van cayendo los
demás.
La impresión que tan gran desastre dejó en los
internos fue tal, que durante varios meses, al
menor rumor, como por ejemplo el paso de ((**It4.516**)) un
carro, o la descarga de una carretilla de piedras,
les sobresaltaba, les hacía temblar y quedaban
pálidos como la muerte.
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