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el momento del peligro, al igual de los demás,
saltó a toda prisa de la cama, dejando bajo la
almohada el chusco de pan para el desayuno, que se
repartía la víspera por la noche, ya que algunos
jóvenes debían acudir al trabajo antes del alba. Y
sucedió que, al mover su colchón, sin que él se
diese cuenta, el chusco cayó al suelo. Apenado por
el olvido, no se preocupaba de sí mismo ni atendía
a las voces de los que querían disuadirlo; a
despecho de todos, volvió a la habitación
abandonada, encontró su querido chusco, lo tomó y,
tan rápidamente como puede hacerlo un cojo, echó a
correr. Alegre como unas castañuelas llegó junto a
los compañeros y exclamó feliz:
-íCaramba! he salvado mi desayuno. Don Bosco,
don Bosco, íhe salvado mi desayuno!
Y con sus voces hizo estallar de risa a los
compañeros que estaban allí cerca. En adelante,
mientras vivió, el primer saludo que le daban al
encontrarle era el de: íLo he salvado, lo he
salvado! Y así bromeaban alegremente con su
heroica hazaña de aquella noche, por amor de un
chusco.
Mientras tanto don Bosco, pasada ya la una de
la mañana de aquel dos de diciembre, animó a los
jóvenes a acostarse y, después de hacer una breve
plegaria, se retiró también él a su habitación,
que era la más expuesta al peligro. Todos los
demás le fueron imitando uno tras otro, salvo
alguno que se fue a la iglesia a rezar. Acostados
en sus pobres camas, intentaron reanudar el sueño.
íSingular fenómeno! En las habitaciones de la
planta superior había tres clérigos, Viale,
Reviglio y Esteban Vacchetta, que después entró en
los Oblatos de María, los cuales no se enteraron
del alboroto y dormían plácidamente. El clérigo
((**It4.513**)) Miguel
Rúa, después de haber ayudado a don Bosco a
restablecer el orden, subió a su habitación con
otros dos. Vacchetta narraba después, con fecha 25
de diciembre de 1852, minuciosamente este hecho en
una carta, que poseemos, dirigida al seminarista
Bellia, residente en el venerando seminario de
Chieri:
<>->>Pero no has oído desplomarse la casa
nueva?
>>-No, no, respondí; pero estoy contentísimo,
porque así el maestro de obras la volverá a hacer
de arriba abajo. Esto es lo que se llama
providencia, providencia. El Señor quiere que el
Oratorio se
(**Es4.393**))
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