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((**Es4.392**) tan señalada y que todos estamos sanos y salvos, recitemos las letanías. A su invitación se arrodillaron y recitaron con él las letanías, dando gracias al Señor, que no había permitido que ni uno solo sufriera el menor daño. Pero don Bosco pensaba seriamente en aquel instante: -Y ahora >>a dónde ir? >>qué hacer? La noche era oscura, seguía lloviendo sin cesar, hacía frío. No se ((**It4.511**)) oía el menor rumor. Y continuaba pensando don Bosco: -Entonces, lo que se ha desgajado ya acabó de caer. En la parte de la casa donde se duerme parece que no hay daños importantes. Era ya media hora después de la media noche, y don Bosco, queriendo que todos fueran a descansar, dijo a los muchachos: -Ya es hora de que vayáis tranquilamente a dormir. Estad seguros de que no habrá ninguna desgracia. Por tanto, recoged las camas del dormitorio que amenaza peligro, y con toda cautela transportadlas, unas a la sacristía y otras aquí al comedor. Fue dicho y hecho. En un abrir y cerrar de ojos desaparecieron todos y corrieron a cargar sobre los hombros el propio camastro. Era de ver con qué facilidad y rapidez transportaban los artesanos sus bagajes: parecían soldados de primera línea (bersaglieri), tan rápidos andaban. En menos de un cuarto de hora se prepararon veinte camas en el lugar provisionalmente destinado a dormitorio. Mamá Margarita daba pruebas de un coraje digno del mayor encomio. Vigilaba para que ninguno se acercase al lugar del peligro, repartía a los muchachos, unos a una habitación, otros a otra y anduvo velando hasta el alba, pasando intrépida de un lugar a otro, como un general en campo de batalla. Era una madre amorosa que se olvidaba de sí misma y no pensaba más que en sus hijos. También don Bosco, por su parte, demostró ser hijo de tan gran mujer; porque, para asegurar la vida de sus hijos, puso en riesgo varias veces la suya, yendo a comprobar si había peligro de nuevos derrumbamientos. Y solamente se retiró, cuando la tierna y valerosa Margarita le obligó, casi por fuerza, a entrar en casa. Volvió don Bosco adonde los muchachos acababan de asentar sus dormitorios; cada uno de ellos revolvía la bolsa de sus pertenencias, por miedo a haber perdido algo en medio de aquella barahúnda. ((**It4.512**)) Un gracioso hecho sucedió, que hizo reír a todos. Había entre los internos un tal Inocencio Brunengo, sastre de profesión; estaba lisiado de las piernas y era medio calvo, por lo que llevaba peluca; pero tenía muy buen humor y era muy gracioso. En (**Es4.392**))
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