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mamá Margarita, que volvía a subir la escalera con
las llaves, se oyó el conocido sonido de una
campanilla y, a poco, vieron aparecer una luz en
el fondo de la galería. Era don Bosco, que salía
tranquilo, tranquilo de su habitación y bajaba a
contemplar las ruinas. El, en un duermevela, había
oído confusamente el primer estruendo; se puso a
la escucha y oyó tronar otro nuevo y enorme golpe.
Pensaba: íque truene todavía en esta estación!
Mas, al no ver relámpago alguno, comprendió su
peligro, ya que su habitación estaba tocando a la
obra nueva. Saltó de la cama, pero le costó
orientarse, encontrar la puerta de salida y las
cerillas para encender la luz.
Apenas apareció, gritaron por todas partes los
muchachos:
-íDon Bosco! íEs don Bosco! íDon Bosco está a
salvo!
Y olvidándose del barro y de los estorbos
corrieron a su encuentro.
((**It4.510**)) Uno le
decía:
-Don Bosco, >>no ha oído desplomarse las
paredes y gritar a su madre?
Otro:
-Don Bosco, >>ha sufrido mucho? >>Se ha hecho
daño?
Un tercero:
->>Por qué no ha salido enseguida?
Un cuarto:
-Mire qué sucios tenemos los pies y las
piernas.
Y todos iban a porfía para contar su habilidad,
los juegos gimnásticos y saltos mortales de
aquella noche. Y don Bosco, sin descomponerse, con
esa calma que solamente tienen los verdaderos
siervos de Dios y los hombres apodados pacíficos,
oía a todos y a todos dirigía palabras
consoladoras. Preguntó en primer lugar si había
habido alguna desgracia personal; y al saber que
no y que solamente el derrumbamiento de la obra
había asustado a los hijos del Oratorio, lleno de
alegría empezó a bromear, chanceándose de sus
extrañas figuras, riéndose del miedo de uno, del
improvisado atavío de otro, e invitando, por fin a
todos a echar una partida, corriendo por el patio
para juntarlos. Su calma contribuyó muchísimo a
serenar a los muchachos en medio del gran susto.
Les llevó después al comedor y les fue contando
las persecuciones sufridas por el Oratorio, los
cambios realizados, y cómo, a pesar de todo, había
ido creciendo y floreciendo hasta el presente. Por
lo cual, animaba a todos a mantener una firme
confianza en la divina Providencia. Y les decía:
-Ea, arriba los corazones; ahora que hemos
recibido una gracia
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