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comulgar... Por algunas palabras que me dijo, me
da la impresión de que ya conoce mis defectos...
Pero basta: lo he prometido y mantendré mi
palabra, lo demás ya se verá.
Pocos días más tarde, entraba Juan en el
Oratorio. Su padre creyó oportuno informar a don
Bosco de lo que había sucedido con su hijo, y de
que conservaba todavía un gran cariño por su
difunta madre. Separado de los compañeros, libres
de las malas lecturas; la compañía de buenos
condiscípulos, la emulación en clase, la música,
la declamación, y algunas representaciones
dramáticas en el teatrito, le hicieron olvidar
pronto la vida disipada que llevaba hacía casi un
año. Además, el recuerdo de su madre -huye del
ocio y de los malos compañeros-, acudía con
frecuencia a su memoria. Le fue fácil volver a la
antigua costumbre de las prácticas de piedad. La
dificultad radicaba en determinarse a hacer su
confesión. Llevaba ya dos meses en el colegio. Se
habían celebrado novenas, fiestas, en las que los
otros alumnos procuraban recibir los santos
sacramentos; pero Juan no se resolvió a
confesarse. Una noche le llamó don Bosco a su
habitación, y acordándose de la gran impresión que
ejercía en su corazón el recuerdo de su madre,
empezó a hablarle así:
-Amigo Juan, >>qué te recuerda el día de
mañana?
-Me recuerda el aniversario de la muerte de
((**It4.502**)) mi
madre. íAh, mi querida madre: si yo pudiera volver
a verla y oír su voz al menos una vez!
->>Harías mañana algo que le agradaría a ella y
te iría muy bien a ti?
-Claro que lo haría. íCostara lo que costara!
-Haz mañana una santa comunión en sufragio de
su alma y le prestarás una gran ayuda, si todavía
se encontrase en las dolorosas llamas del
purgatorio.
-Con mucho gusto lo haría, pero tendría que
confesarme antes... Mas, si esto gusta a mi madre,
lo haré, y, si cree que es posible, ahora mismo me
confieso con usted.
Don Bosco, que no esperaba más, alabó su
decisión, dejó que se serenara y con gran consuelo
por ambas partes le preparó y le confesó. Al día
siguiente se acercó Juan a la sagrada Mesa e hizo
muchas plegarias por el alma de su llorada madre.
A partir de aquel día su vida satisfizo a don
Bosco. Guardaba todavía Juan algunos libros, en
parte prohibidos y en parte perjudiciales para los
muchachos: se los llevó al director para que los
tirase al fuego, y le dijo:
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