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Don Bosco le desaconsejó que diera aquel paso:
-Tú estás llamado, le dijo, a pertenecer a don
Bosco.
Y le contó cómo don José Cafasso le aconsejó a
él mismo en su vocación; después le animó a tener
paciencia y esperar, y le repitió que lo que él
soñaba no era la mejor solución. Pero el
seminarista prefirió seguir la opinión de otros
consejeros; pidió ser aceptado en el noviciado de
los Oblatos, y su padre, aunque a regañadientes,
le otorgó su consentimiento.
Pero antes de partir para Nizza
Marittima,.donde estaba la casa del noviciado,
quiso despedirse de don Bosco, el cual le dijo:
-Bueno, vete; tu cabeza padecerá, y no podrás
perseverar en ese estado.
Próximo a la profesión religiosa, escribió una
carta a don Bosco pidiéndole, una vez más,
consejo. Y éste le respondió:
-Harás el bien, pero no el que quiere el Señor
de ti.
Hizo votos perpetuos, no pasó mucho tiempo
cuando fue víctima de los escrúpulos y, después,
de tal exaltación mental que se creyó llamado a
una gran perfección en la virtud, al extremo, de
enloquecer. Por esta razón y motivos de familia,
diez años más tarde de la profesión y, aconsejado
por el padre Berchialla que le tenía por
secretario, pidió y obtuvo salir de la
congregación de los Oblatos. De vuelta a Turín,
curó del todo, reconociendo que había obtenido una
gracia señalada del Señor.
Los hechos daban la razón a don Bosco, y G...,
que había sido ordenado sacerdote, daba a menudo
testimonio de ello: <>.
Era su ardiente deseo volver al Oratorio; pero el
arzobispo Fransoni no le recibió en la Diócesis,
pues había establecido no admitir ((**It4.498**)) en ella
a los que salían de una orden religiosa. Entonces
don Bosco mismo le recomendó al obispo de Biella,
que le aceptó, a condición de que se quedase con
él.
Pasaron muchos años, y, al mudar las
condiciones de la diócesis de Turín, el buen
sacerdote, siempre encariñado con el Oratorio,
sintió despertarse todavía en él la idea de
juntarse con don Bosco, inscribiéndose en la Pía
Sociedad e hizo la petición por carta. Don Bosco
le respondió:
-Espera a que el Señor llame a tu padre a la
eternidad, y entonces Dios dirá.
Rondaba el padre los ochenta años y, por las
muchas desgracias sufridas, necesitaba para su
consuelo la presencia del hijo sacerdote.
íQué delicada era la bondad de don Bosco, aún
con los que, voluntariamente
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