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siempre, hasta delante de los más distinguidos
personajes. De cuando en cuando le invitaba a
hablar a los muchachos, desde la tribuna en la que
él acostumbraba dar la plática después de las
oraciones de la noche. José, que no era más que un
simple campesino, imaginamos que fuera
primeramente un tanto reacio, pero terminaba por
subir a ella, y en dialecto piamontés ((**It4.485**)) les
hablaba un rato, desarrollando alguna buena
máxima. Estaba animado del mismo espíritu de su
hermano. Don Juan Garino estuvo presente una vez
en el año 1858.
Tenía José su casa a disposición de don Bosco,
el cual llevaba cada año a I Becchi lo mismo
treinta, cincuenta, que cien de sus muchachos,
para pasar allí unos días de vacaciones. José se
las apañaba para proveer de todo a todos. Aquella
visita era una gran fiesta para él. Los muchachos
que iban por vez primera a aquellos lugares,
quedaban tan prendados de su trato llano y
cordial, que se convertían enseguida en amigos
suyos. Nunca quiso aceptar nada por tanto gasto.
Alcanzó, sin embargo, una ventaja, ya que su
casa experimentó una ampliación indispensable y
relativamente grande, aunque siguió siendo pobre.
Fue esta la de una sala grande, levantada sobre la
misma casa, para albergar a los muchachos que iban
a la fiesta del Rosario. Pero don Bosco no mejoró
ni embelleció las primitivas estancias. Mas, como
amplió el local, creció el número de huéspedes, y
fueron mayores, por tanto, los cuidados de José
hasta para vigilarlos, porque se estaban en I
Becchi unos quince o veinte días. Y como hasta
entre los sabios nunca falta un distraído, él se
preocupaba de que ninguno de los propietarios
colindantes tuviese motivo de queja. Por eso,
después de avisarles, vigilaba a los muchachos
para que no se desbandasen por los campos y viñas
ajenas. Era obedecido, pero no dejó de existir
alguna rara infracción a sus órdenes. Un domingo
por la mañana vio a un muchachito en la era, y,
sin más, le riñó por haber ido a las viñas. Aquel
lo negaba, y él replicó:
-Pero >>no ves que tienes contigo un espía?
>>No ves la hierba que ha quedado pegada a tus
pantalones?
Don Bosco contaba mucho con la prudente
asistencia de su hermano y podía atender con
tranquilidad ((**It4.486**)) a la
predicación de la novena del santo Rosario. No se
olvidaba, sin embargo, de los muchachos que habían
quedado en Turín, atendidos por el teólogo Borel,
y como un buen padre, se preocupaba de los que
estaban con él en I Becchi.
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