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de setenta y cuatro mil liras. Pero don Bosco,
como lo había prometido, hizo partícipe de ello
generosamente a la Pequeña Casa de la Divina
Providencia, consignándolo al canónigo Luis
Anglesio.
Unos días después del sorteo de la
tómbola-lotería, dio don Bosco noticia a monseñor
Luis Fransoni de la solemne bendición de la nueva
iglesia. Y éste le mostró su agradecimiento con
una carta que transpira la gran estimación y
paternal benevolencia que el ilustre prelado
mantenía siempre en favor del Oratorio.
Faltaríamos a nuestro deber, si no la diéramos a
conocer a nuestros lectores.
Queridísimo don Bosco:
Quiero suponer que la iglesia es sencilla, pero
pensar que ha sido fabricada y puesta en marcha en
once meses, me parece un prodigio. Bendito sea
((**It4.470**)) el
Señor, que le inspiró levantarla y le ayudó a
poder terminarla en favor de tantos muchachos como
a ella acuden.
Me disgusta no haya podido despachar los cien
mil billetes, porque los setenta y cuatro mil
vendidos, además de que deben sufrir la deducción
de los gastos de la tómbola, quedan muy lejos de
producir para su iglesia treinta y dos mil liras,
después de haber cedido generosamente la mitad en
favor de la Pequeña Casa. Son dos centros vecinos,
en los que se puede decir está visible la mano del
Señor. Ignoro todavía si mis cien billetes han
ganado algún objeto. En la lista, o catálogo, he
visto cierto número de ellos que me agradarían,
pero generalmente a mí me suele tocar alguna
pantalla de chimenea o un toallero. Me gustaría
fuese de tal valor que pudiera obsequiarlo para su
iglesia.
Con el deseo de que todos sus oratorios sigan
prosperando y confiando en la misericordia del
Señor, me reitero con el más cordial cariño,
Lyon, 29 de
julio de 1852
Su afectísimo
y Seguro Servidor
>> LUIS,
Arzobispo de Turín
Don Bosco recibió esta apreciada carta al
volver con don José Cafasso de los ejercicios
espirituales en San Ignacio. Durante algún tiempo
se habían predicado allí cuatro tandas por año,
pero en el 1852 hubo que reducirlas a dos, una
para sacerdotes y otra para seglares, puesto que
faltaban los subsidios que solía conceder la Obra
de San Pablo. Era un triunfo del enemigo del bien.
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