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y cuando ya no pudo, por otras ocupaciones, no
dejó de acudir para confesar y ayudar a don Bosco
en cuanto le era posible.
Un día llegó el marqués Gustavo de Cavour con
otro señor amigo suyo, cuando ya había empezado la
catequesis. Como conocía las costumbres de don
Bosco, se dirigió sin más al prado, donde estaba
rodeado de sus pilluelos. Acercósele, presentóle a
su amigo y le rogó tuviera a bien acompañarle a
visitar el Oratorio, pues quería conocer sus
orígenes, su finalidad y la marcha del mismo.
-Como usted ve, ((**It4.33**)) señor
Marqués, le respondió don Bosco, tengo que dar
catecismo a estos muchachos. Si me hace usted el
favor de entretenerlos un rato, yo tendré mucho
gusto en complacer a su compañero.
El Marqués aceptó, sentóse entre aquellos
pobres mozalbetes y continuó con las preguntas del
catecismo que don Bosco había empezado. Y don
Bosco acompañó al forastero a visitar las otras
clases.
Por la tarde de otro día festivo, tuvo don
Bosco la visita de dos renombrados sacerdotes
forasteros. Se encontraban en Turín y se acercaron
al Oratorio para conocer a don Bosco. Eran cerca
de las dos. Estaban los muchachos acomodándose.
Don Bosco vio que le faltaban algunos catequistas
y se calentaba la cabeza para improvisarlos y
organizar las clases, cuando he aquí a los dos
sacerdotes que se aproximan, mostrando deseos de
hablarle.
-Este Padre, dijo el uno señalando al
compañero, y yo deseamos visitar su Oratorio y ver
el método que usted emplea.
-Con mucho gusto, respondió don Bosco, haré que
visiten el Oratorio con todas sus dependencias,
pero después de las funciones; ahora, como ven,
estoy muy ocupado con estos centenares de
muchachos. Pero es Dios quien los envía en este
momento. Tengan la bondad de ayudarme a dar el
catecismo y después hablaremos con toda comodidad.
Usted, añadió dirigiéndose al que parecía de mayor
autoridad, >>querría dar el catecismo a la sección
de los mayorcitos que está en el coro?
-Con mucho gusto, respondió aquel sacerdote.
-Y usted, continuó don Bosco, dirigiéndose al
otro, tendrá la sección de los más distraídos, que
está en el presbiterio.
También el segundo sacerdote aceptó la
invitación ((**It4.34**)) de buena
gana. Entrególes don Bosco el catecismo de la
diócesis, y, sin preguntarles quienes eran, les
acompañó a las secciones indicadas y así él pudo
vigilar el orden general de la iglesia. El
jovencito Miguel Rúa, que había empezado a asistir
regularmente al Oratorio festivo, desde 1849,
estuvo presente a esta visita, y pudo verlos
sentados en(**Es4.36**))
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