((**Es4.357**)
café, leche y pasteles para unas veinte personas.
Pagaba el banquero caballero Cotta, mayordomo de
la fiesta. El camarero de la cafetería fue a oír
la santa misa y dejó sin guardián la habitación
donde había depositado el desayuno. Al acabar la
misa, los invitados encontraron las cafeteras casi
vacías y muy pocos pasteles. Unos gritaban, otros
reían, algunos decían que se dejara a los cantores
sin desayuno. En esto llegó don Bosco de la
capilla. Hubo que mandar a todo correr a la
cafetería, que estaba bastante lejos, en busca de
lo necesario. El dueño no sabía qué decir, se
impacientó, pero sirvió. Mientras tanto, aunque
confusamente, advertían a don Bosco de que el
muchacho externo Vilietti estaba enfermo, tendido
en un campo vecino. Acudió y le encontró en una
zanja:
->>Qué te pasa?, le dijo.
((**It4.463**)) -Estoy
malo; íconfiéseme!
->>Qué has comido?
-Nada, nada.
-Di la verdad. >>Has comido algo que te ha
hecho daño?
-No he comido más que un poco de aquello que
había en la sacristía.
El pobrecito, de prisa y corriendo para no ser
pillado; había devorado y sorbido, al menos la
mitad de lo que había preparado en un puchero para
veinte.
Sonrió don Bosco a su respuesta, y Vilietti,
ayudado por él, se levantó para ir a su casa. Pero
todo lo que se había tragado había empezado a
fermentar. Estaba a pleno aire y allí había pocos
árboles. Buscaba cómo esconderse tras de uno, pero
llegaba gente por todos lados. Los muchachos le
miraban desde el patio, riéndose de su apuro y de
las consecuencias de su glotonería. Fue llevado a
casa y estuvo enfermo varios días. Cuando sanó,
volvió pocas veces al Oratorio, porque todos se
burlaban de él. Había sido catequista, sacristán,
cantor, factótum y confidente de los superiores, y
ahora nació entre los compañeros una reacción en
su contra, tan grande como la admiración y envidia
que antes le habían tenido. Le cambiaron el nombre
y le apodaron el chocolatero; al encontrarse con
él le preguntaban:
->>Qué, te gusta el chocolate?
Otro muchacho, Juan Chiesa, por la tarde,
giraba entre la multitud del Oratorio vendiendo
pequeños petardos que llevaba en un canasto
colgado al cuello. Al encenderlos y lanzarlos al
aire aumentaban el ambiente de fiesta con su
estallido. Cuando he aquí que unas chispas salidas
de uno de los petardos, que imprudentemente
(**Es4.357**))
<Anterior: 4. 356><Siguiente: 4. 358>