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y amigo nuestro. Todos los colegios y Oratorios
del pasado, presentes y futuros no tuvieron ni
tendrán nunca tantas diversiones como nosotros
tuvimos la tarde de aquel día; muy sencillas, es
cierto, pero causa de una gran unión, de una gran
alegría y cordialidad entre los que tomaron parte.
Hubo carreras de sacos, juegos de
prestidigitación, evoluciones militares,
gimnásticas, fuentes en el patio con chorros
blancos y encarnados, merced a los polvos
mezclados con el agua, y globos aerostáticos.
Además, un sinfín de juegos más pequeños.
>>Había un tenderete bien provisto, donde, con
ciertas condiciones, repartían caramelos, confeti,
fruta, gaseosas, cerveza, bebidas dulces, etc.,
etc. Por todos los rincones del patio veíanse
otros tenderetes ambulantes para comodidad de los
compradores. El conde Cays, el barón Bianco de
Barbania, el caballero Marcos Gonella, el
caballero Dupré, el conde de Agliano, un general
de la armada, el marqués Gustavo de Cavour, el
conde Viancino, los teólogos Carpano, Chiaves,
Roberto Murialdo, Borel, Vola el joven, Marengo, y
los sacerdotes Giacomelli, Merlo, Trivero,
capellanes de la basílica de San Mauricio y
muchísimos otros enviaban a comprar a cada
instante algo para repartir a los muchachos. Yo
solo distribuí, puñadito a puñadito, casi diez
liras de caramelos por orden de don Bosco y de
otros señores. Estos y muchos otros dulces se
añadían a los del gran depósito que había
dispuesto en el tenderete fijo.
((**It4.462**)) >>En
medio de tanta abundancia, don Bosco no probó ni
la menor cosa. Yo le entregué un caramelo para
refrescar la garganta, dado el calor sofocante que
hacía, pero él regaló la mitad a un chaval. Todo
para nosotros, nada para él.
>>Había un arco triunfal de ramaje, levantado
en medio del prado, junto al cobertizo alquilado
al señor Visca: al oscurecer, apareció
espléndidamente iluminado con lamparillas, y se
cerró la fiesta con hermosísimos fuegos
artificiales y grandes vítores a don Bosco. Más de
mil jóvenes, trescientos de los cuales al menos,
andaban cerca o pasaban de los veinte años,
encerrados en un patio, no tuvieron la más mínima
cuestión; todos estaban de acuerdo y unidos como
hermanos>>. Hasta aquí Brosio.
Sin embargo, como suele suceder en todo lo
humano, que en medio de la mayor alegría siempre
hay alguna triste circunstancia, así aquella
hermosa fiesta comenzó con una graciosa ocurrencia
y terminó con un caso doloroso.
Por la mañana había hecho llevar don Bosco al
Oratorio, desde una cafetería de la plaza de Ntra.
Sra. de la Consolación, chocolate,
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