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((**Es4.352**) Había mandado, además, que desde las oraciones de la noche hasta después de la misa del día siguiente, no se dijera nada. Nos sucedió varias veces encontrarnos con él por la mañana, a tiempo de que bajaba de su habitación para ir a la iglesia. En aquel momento aceptaba el saludo con una sonrisa, se dejaba besar la mano, pero no profería una palabra: tal era su recogimiento como preparación a la misa. Quería que ésta fuese servida con exactitud y fue siempre una de sus preocupaciones enseñar a los muchachos a ayudarla. El año 1902 contaban en Sassi a don Juan Garino algunos ancianos que ellos habían aprendido con don Bosco a ayudar a misa, cuando estuvo delicado y fue huésped de su párroco durante unas semanas. Determinó, en efecto, que todos los jueves se enseñase a los clérigos a ayudar a la misa cantada y que todas las tardes se hiciera lo mismo con los muchachos estudiantes y artesanos a fin de que aprendiesen a ayudar bien a la misa rezada y a pronunciar despacio todas las palabras. Si alguno, al ayudarle a él a misa, no lo hacía perfectamente, al volver a la sacristía le avisaba y le animaba a aprender mejor; le decía los fallos que había cometido y le prometía un hermoso regalo, si se corregía. Todo esto y siempre con aquellos modos corteses, tan suyos. Ayudaba cierto día un muchacho la misa a don Bosco y se comía las palabras. Don Bosco, de vuelta a la sacristía, y habiéndose quitado los ornamentos sagrados, le dijo en voz baja: -íTú tienes demasiado apetito! ((**It4.457**)) ->>Por qué? -Porque te comes hasta las palabras de la misa. El muchacho no respondió y se pasó el día repitiendo las palabras que estaba acostumbrado a engarbullar. Al día siguiente le llamaron de nuevo para ayudar la misa. Al acabar dijo el muchacho a don Bosco: ->>Y qué me dice ahora del apetito? -Disminuye, disminuye, respondió don Bosco. Otro día, contaba don Domingo Milanesio, avisó don Bosco al monaguillo de una falta por él cometida al ayudar la misa. El muchacho, que era muy agudo y franco, le respondió: -íTambién usted ha cometido una falta! Y le dijo cuál era. Quizá por inadvertencia, cosa rara, había bendecido el agua para mezclarla con el vino aunque se trataba de una misa de difuntos. Don Bosco le respondió cariñosamente: -íQué quieres! Somos dos sciapin, esto es, dos chapuceros. (**Es4.352**))
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