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Había mandado, además, que desde las oraciones
de la noche hasta después de la misa del día
siguiente, no se dijera nada. Nos sucedió varias
veces encontrarnos con él por la mañana, a tiempo
de que bajaba de su habitación para ir a la
iglesia. En aquel momento aceptaba el saludo con
una sonrisa, se dejaba besar la mano, pero no
profería una palabra: tal era su recogimiento como
preparación a la misa.
Quería que ésta fuese servida con exactitud y
fue siempre una de sus preocupaciones enseñar a
los muchachos a ayudarla.
El año 1902 contaban en Sassi a don Juan Garino
algunos ancianos que ellos habían aprendido con
don Bosco a ayudar a misa, cuando estuvo delicado
y fue huésped de su párroco durante unas semanas.
Determinó, en efecto, que todos los jueves se
enseñase a los clérigos a ayudar a la misa cantada
y que todas las tardes se hiciera lo mismo con los
muchachos estudiantes y artesanos a fin de que
aprendiesen a ayudar bien a la misa rezada y a
pronunciar despacio todas las palabras. Si alguno,
al ayudarle a él a misa, no lo hacía
perfectamente, al volver a la sacristía le avisaba
y le animaba a aprender mejor; le decía los fallos
que había cometido y le prometía un hermoso
regalo, si se corregía. Todo esto y siempre con
aquellos modos corteses, tan suyos.
Ayudaba cierto día un muchacho la misa a don
Bosco y se comía las palabras. Don Bosco, de
vuelta a la sacristía, y habiéndose quitado los
ornamentos sagrados, le dijo en voz baja:
-íTú tienes demasiado apetito!
((**It4.457**)) ->>Por
qué?
-Porque te comes hasta las palabras de la misa.
El muchacho no respondió y se pasó el día
repitiendo las palabras que estaba acostumbrado a
engarbullar. Al día siguiente le llamaron de nuevo
para ayudar la misa.
Al acabar dijo el muchacho a don Bosco:
->>Y qué me dice ahora del apetito?
-Disminuye, disminuye, respondió don Bosco.
Otro día, contaba don Domingo Milanesio, avisó
don Bosco al monaguillo de una falta por él
cometida al ayudar la misa. El muchacho, que era
muy agudo y franco, le respondió:
-íTambién usted ha cometido una falta!
Y le dijo cuál era. Quizá por inadvertencia,
cosa rara, había bendecido el agua para mezclarla
con el vino aunque se trataba de una misa de
difuntos. Don Bosco le respondió cariñosamente:
-íQué quieres! Somos dos sciapin, esto es, dos
chapuceros.
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