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((**Es4.35**) con ellos a sentarse en medio de un campo próximo, donde hoy se levanta la iglesia de María Auxiliadora, en un espacio libre entre surcos de patatas y judías. Después del acostumbrado saludo: -íHola, vosotros sois mis mejores amigos!- empezaba las explicaciones catequéticas. Un domingo llegó al Oratorio monseñor Cucchi con algunos ingleses. Querían ver por sus propios ojos la verdad de lo que contaba la fama sobre el sacerdote de Valdocco. El buen prelado les había dicho: -íVerán quién es don Bosco! Pero no querían que estuviera prevenido de su llegada. No dijeron ni palabra a los muchachos que iban encontrando, le buscaron por la iglesia y en casa, por una parte y por otra, y no dieron con él. Finalmente cruzaron el cancel, divisó Monseñor en el prado un grupo de muchachos a la sombra de un árbol, y, sin más, exclamó: -Allí hay muchachos; seguro que está allí. En efecto, don Bosco, sentado en tierra, explicaba el catecismo a una veintena de muchachotes de duro aspecto, que estaban colgados de sus labios. -íAllí está!, repitió monseñor Cucchi. Los señores ingleses se pararon un buen rato ((**It4.32**)) contemplando maravillados aquel espectáculo y exclamaron: -Si todos los sacerdotes hicieran lo mismo y catequizaran hasta en medio del campo, el mundo entero se convertiría en poco tiempo. La tranquilidad de esa hora se la había ganado don Bosco con muchas industrias anteriores. Toda una multitud de muchachos acudía a la catequesis, también a Puerta Nueva y Vanchiglia, y por eso don Bosco enviaba allí a la mayor parte de sus clérigos y a los catequistas más expertos. Pero no dejaba de vigilarlos, y frecuentemente se presentaba entre ellos sin ser esperado. Salía del Oratorio con bonete, y un poco más allá le esperaba alguien de su confianza con el sombrero: hacía esto para que los muchachos de Valdocco no advirtieran su ausencia y creyeran que estaba en casa. Pero la atención de aquellos dos Oratorios hacía que, por varias razones, le faltara personal para Valdocco. Se encargaba de la disciplina, aún de los externos, el sacerdote Grassino. Pero a veces, se encontraba apurado para atender a las secciones de catecismo. Remediaba esta deficiencia invitando al primero que se le presentaba en aquel momento, si estaba debidamente preparado. Así reclutó al teólogo Marengo, que continuó dando catecismo cerca de ocho años(**Es4.35**))
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