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con ellos a sentarse en medio de un campo próximo,
donde hoy se levanta la iglesia de María
Auxiliadora, en un espacio libre entre surcos de
patatas y judías. Después del acostumbrado saludo:
-íHola, vosotros sois mis mejores amigos!-
empezaba las explicaciones catequéticas.
Un domingo llegó al Oratorio monseñor Cucchi
con algunos ingleses. Querían ver por sus propios
ojos la verdad de lo que contaba la fama sobre el
sacerdote de Valdocco. El buen prelado les había
dicho:
-íVerán quién es don Bosco!
Pero no querían que estuviera prevenido de su
llegada. No dijeron ni palabra a los muchachos que
iban encontrando, le buscaron por la iglesia y en
casa, por una parte y por otra, y no dieron con
él. Finalmente cruzaron el cancel, divisó Monseñor
en el prado un grupo de muchachos a la sombra de
un árbol, y, sin más, exclamó:
-Allí hay muchachos; seguro que está allí.
En efecto, don Bosco, sentado en tierra,
explicaba el catecismo a una veintena de
muchachotes de duro aspecto, que estaban colgados
de sus labios.
-íAllí está!, repitió monseñor Cucchi.
Los señores ingleses se pararon un buen rato
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contemplando maravillados aquel espectáculo y
exclamaron:
-Si todos los sacerdotes hicieran lo mismo y
catequizaran hasta en medio del campo, el mundo
entero se convertiría en poco tiempo.
La tranquilidad de esa hora se la había ganado
don Bosco con muchas industrias anteriores. Toda
una multitud de muchachos acudía a la catequesis,
también a Puerta Nueva y Vanchiglia, y por eso don
Bosco enviaba allí a la mayor parte de sus
clérigos y a los catequistas más expertos. Pero no
dejaba de vigilarlos, y frecuentemente se
presentaba entre ellos sin ser esperado. Salía del
Oratorio con bonete, y un poco más allá le
esperaba alguien de su confianza con el sombrero:
hacía esto para que los muchachos de Valdocco no
advirtieran su ausencia y creyeran que estaba en
casa.
Pero la atención de aquellos dos Oratorios
hacía que, por varias razones, le faltara personal
para Valdocco. Se encargaba de la disciplina, aún
de los externos, el sacerdote Grassino. Pero a
veces, se encontraba apurado para atender a las
secciones de catecismo. Remediaba esta deficiencia
invitando al primero que se le presentaba en aquel
momento, si estaba debidamente preparado. Así
reclutó al teólogo Marengo, que continuó dando
catecismo cerca de ocho años(**Es4.35**))
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