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Cumplía escrupulosamente las órdenes del Superior
Eclesiástico Diocesano referentes al culto. En las
grandes solemnidades no quería que se llamaran
músicos del teatro o de poca piedad, porque no
sabían guardar la debida compostura y perdían el
respeto a la presencia real de Jesucristo. El
visitaba todas las iglesias ante las cuales
pasaba, aún en aquellos lugares donde se
encontraba con una a cada paso, y, estando
enfermo, se le vio santiguarse frecuentemente y
volverse hacia la iglesia en acto de adoración.
Recomendaba a los sacerdotes que ((**It4.451**)) fueran
a recitar el breviario ante el Santísimo
Sacramento. Le afligía el pensamiento de que Jesús
fuese poco honrado en muchas partes de la tierra,
y animaba a las personas caritativas y piadosas
para proveer de ornamentos y vasos sagrados a las
iglesias pobres y a las capillas de las lejanas
misiones y para ayudar a su construcción y
conservación.
No recordamos haberle visto nunca sentado en la
iglesia, salvo para escuchar los sermones. No se
veía la menor afectación en su porte. Siempre de
rodillas, el cuerpo inmóvil, derecho, con las
manos juntas sobre el reclinatorio o sobre el
pecho, la cabeza ligeramente inclinada, la mirada
fija, el rostro sonriente. Ni el menor rumor a su
alrededor le distraía. El que estaba a su lado se
veía obligado a rezar bien como él. En su rostro
se reflejaban la fe y la caridad ante la presencia
del Divino Salvador.
El estudio de la música en el Oratorio estaba
al servicio de la iglesia; a veces, el mismo don
Bosco enseñaba un cántico aún cuando hubiese otros
a quienes encomendar aquel trabajo. Para animar a
esta enseñanza, se resolvió a pedir a Pío IX
indulgencias especiales en favor de maestros y
alumnos, y tenía una gran alegría cuando los
muchachos interpretaban bien el canto gregoriano.
En efecto, daba la máxima importancia a todas
las solemnidades religiosas. No dejó de celebrar
la misa de Nochebuena él mismo, hasta los últimos
años de su vida, y excitaba a todos a la más viva
devoción la alegría que se transparentaba en su
rostro. Durante la semana santa celebraba también
todas las funciones prescritas para la mañana y
los oficios de las tinieblas por la tarde, con tal
recogimiento que conmovía a los asistentes. Pero
antes explicaba con gran complacencia a sus
muchachos todas aquellas admirables ceremonias.
((**It4.452**)) Nos
hablaba de ello Juan Villa, que le oyó en 1855. La
bendición de las candelas, de la garganta, de la
ceniza y de los ramos y palmas nunca las omitía.
Había establecido que hubiera en el Oratorio cada
año tres días para la exposición de las Cuarenta
Horas, y que un grupo de artesanos y de
estudiantes, con sacerdotes y clérigos,
(**Es4.348**))
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