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((**Es4.347**) los quince años. Las otras clases se dividirán de acuerdo con los conocimientos y edad, hasta los más pequeños>>. >>El archivero se encargará de anotar en un registro especial la lista de los objetos destinados o regalados para el altar de la Santísima Virgen y de San Luis>>. También sufrió varios cambios en aquella ocasión la casa Pinardi. La antigua capilla-cobertizo se convirtió en dormitorio, clases y salón de estudio. En e reunía don Bosco a los estudiantes, y como Deus Scientiarum Dominus (Dios es el señor de la ciencia), quiso, desde el principio, que se continuara recitando, al empezar, el Veni Sancte Spiritus (Ven, Espíritu Santo) con el Avemaría y la invocación a la Santísima Virgen Sedes Sapientiae, ora pro nobis (Asiento de la sabiduría, ruega por nosotros). Al llegar el último cuarto de hora, antes de cenar, se leía públicamente un libro de hechos edificantes, costumbre que duró muchos años. Mientras pudo, don Bosco iba juntamente con los muchachos, a escribir y pensar sus escritos en el salón de estudio general. Mas para él, que tan profundamente tenía enraizado en su corazón el hábito de la fe, la nueva iglesia se convirtió en el centro de sus afectos. Pidió y alcanzó enseguida permiso para guardar continuamente el Santísimo Sacramento, y es indecible con qué entusiasmo comunicó la noticia a los alumnos. A partir de aquel momento, apenas tenía un rato de descanso, acudía a adorar ((**It4.450**)) al Divino Salvador y entonces más parecía un serafín que un hombre. Por eso todo lo que se relacionaba con el culto divino, constituía el anhelo de su alma. Lo mismo que cuando fue sacristán en el seminario de Chieri, así era ahora de solícito exigiendo limpieza y orden en los vasos sagrados y en los ornamentos, y vigilando para que, ni de día ni de noche, estuviera apagada la lámpara del sagrario. Le gustaba quitar las telarañas, limpiar el polvo del altar, barrer la iglesia, fregar el presbiterio. El, tan pobre, primero soñaba y, luego, levantaba iglesias de sorprendente magnificencia, y exigía en ellas, como hasta ahora en sus Oratorios, el mayor decoro posible y la máxima limpieza, hasta en la sacristía. Se preocupaba de su adorno y del porte devoto de los muchachos. Insistía para que hicieran bien la señal de la cruz y las genuflexiones. No podía tolerar que se faltase a la debida reverencia del lugar sagrado y de los santos misterios, y recomendaba a todos que reflexionaran quién estaba en el sagrario. Experimentaba una gran pena cuando veía o sabía que alguno estaba con poca devoción, y sin respeto humano avisaba al negligente, aunque fuese un extraño. (**Es4.347**))
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