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la primera misa y dirigió un docto discurso a la
multitud de muchachos y señores asistentes de la
ciudad.
Pero lo más hermoso de la fiesta tuvo lugar por
la tarde. A pesar de su capacidad, la nueva
iglesia se llenó a rebosar. Predicó don Bosco y,
entre otras cosas, puso de relieve el admirable
cambio que había sufrido aquel sitio: de lugar de
recreo, convertido en lugar de oración; de lugar
de alboroto, en lugar de plegarias y
agradecimiento al Señor; de lugar de jarana y
hasta de pecado, en lugar de amor a Dios y de
santa alegría. Exhortó después a los muchachos, a
que honrasen a partir de aquel día, tan bendito
lugar con su devoto comportamiento, con la
asistencia a las funciones religiosas y la
recepción de los santos sacramentos. Finalmente,
después de hacer reflexionar que las iglesias
materiales son una representación de las almas,
llamadas templos del Espíritu Santo, invitó a
todos a conservarlas siempre limpias, esto es, sin
pecado, para que el Señor se complaciese en poner
en ellas su agradable morada durante la vida y las
hiciese dignas de entrar después de la muerte en
el grandioso templo de su bienaventurada
eternidad.
Asistió también una escuadra de la Guardia
Nacional, para mantener el orden, que con
dificultad pudo lograr, dado el inmenso gentío,
para honrar la fiesta y hacer las salvas con la
descarga de fusilería, en el momento de la
bendición con el Santísimo Sacramento, que resultó
de un efecto admirable. Con ella intentaba
competir la Guardia del Oratorio y sus fusiles
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madera. Estos y otros pequeños detalles dieron a
la fiesta un colorido característico, que dejó
satisfechas a las almas sencillas y llenos de
admiración a los hombres del mundo.
Aquella misma tarde asistieron al Oratorio los
promotores y promotoras de la Tómbola,
distinguidos miembros del Clero y de la nobleza
turinesa y muchas otras personas que habían
participado en la construcción de la iglesia.
Después de las funciones religiosas don Bosco
reunió a todos en un lugar preparado para el caso:
era la antigua capilla, donde ilustres
bienhechores habían preparado lo necesario para el
servicio de café y refrescos. Dirigióles unas
palabras de agradecimiento; hizo un resumen de
cuanto se había realizado; señaló la solicitud de
unos y la caridad de otros, para el éxito de la
piadosa empresa; y se complació en mostrar cómo
los esfuerzos de todos se habían visto coronados
aquella mañana con la bendición del sagrado
edificio. Dijo que le habría gustado poder
recompensar los sacrificios realizados y las penas
sufridas; pero que, ya que él no podía hacerlo,
rogaría y haría rogar a los muchachos del Oratorio
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