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((**Es4.329**) discordias, un hombre que quería escapar a toda jurisdicción y hacer un mundo nuevo. Pero Dios lo quería así. Para vencer, pues, los obstáculos previstos, estudiaba y se valía de todas las industrias posibles para ganarse a los muchachos; ésta es la razón por la que, de vez en cuando, hablaba de su persona, de lo que el Señor hacía por su medio; por eso, contaba ciertos sueños que se cumplían a la vista de todos, daba a entender que había recibido de El una misión especial en favor de los muchachos, demostraba a cada instante la protección especial de la Virgen sobre el Oratorio. Todo ello debía servir para hacer comprender lo afortunados que serían quienes ((**It4.427**)) se quedasen a ayudarle en un lugar tan querido por María Santísima. Sin embargo, cuando contaba a sus muchachos los antiguos sucesos del Oratorio, para apartar de sus mentes la idea de que pudiera hacerlo por vanidad, decía: -Cuento de vez en cuando las cosas del antiguo Oratorio y que también se refieren a mí. Me parece poder decir: Meminisse iuvabit, porque estos hechos demuestran admirablemente el poder de Dios. Me parece que con estos relatos no nos entra la vanidad; no, ciertamente no, dando gracias al Señor. Estos relatos nos enseñan muchas cosas. Dios ha querido complacerse haciendo cosas grandes, a través de un mísero instrumento. Quiero que esto se sepa, para que levantemos nuestro pensamiento a Dios y le agradezcamos cuanto quiso hacer en favor nuestro. El daba gracias continuamente al Señor, no solamente por los beneficios que le había concedido, sino también por los muchos dones que sabía le estaban preparados. Basta recordar lo que ya hemos dicho. Cuando se reunía don Bosco en 1846 y 1849 con don Sebastián Pacchiotti y los otros sacerdotes, empleados con él en el Refugio, con don Juan Cocchis y algunos más, y se hablaba y se discutía sobre la manera de organizar de forma estable el Oratorio festivo, él respondía siempre a las dificultades que le presentaban diciendo que un día vendrían en su ayuda clérigos y sacerdotes suyos, que realizarían todo aquello. Entonces algunos de los sacerdotes que parecían tan celosos por los Oratorios, le abandonaron uno tras otro, como desmintiendo anticipadamente la profecía, que tanta risa les causaba. Y, sin, embargo, no tardaron en aparecer los primeros clérigos anunciados. Estos eran bien vistos por toda clase de personas, puesto que, lo mismo en público que en privado, se prestaban para muchas ((**It4.428**)) obras de caridad, igual para asistir a sus compañeros, que para dar clases nocturnas y catecismo en los diversos (**Es4.329**))
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