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discordias, un hombre que quería escapar a toda
jurisdicción y hacer un mundo nuevo. Pero Dios lo
quería así.
Para vencer, pues, los obstáculos previstos,
estudiaba y se valía de todas las industrias
posibles para ganarse a los muchachos; ésta es la
razón por la que, de vez en cuando, hablaba de su
persona, de lo que el Señor hacía por su medio;
por eso, contaba ciertos sueños que se cumplían a
la vista de todos, daba a entender que había
recibido de El una misión especial en favor de los
muchachos, demostraba a cada instante la
protección especial de la Virgen sobre el
Oratorio. Todo ello debía servir para hacer
comprender lo afortunados que serían quienes
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quedasen a ayudarle en un lugar tan querido por
María Santísima.
Sin embargo, cuando contaba a sus muchachos los
antiguos sucesos del Oratorio, para apartar de sus
mentes la idea de que pudiera hacerlo por vanidad,
decía:
-Cuento de vez en cuando las cosas del antiguo
Oratorio y que también se refieren a mí. Me parece
poder decir: Meminisse iuvabit, porque estos
hechos demuestran admirablemente el poder de Dios.
Me parece que con estos relatos no nos entra la
vanidad; no, ciertamente no, dando gracias al
Señor. Estos relatos nos enseñan muchas cosas.
Dios ha querido complacerse haciendo cosas
grandes, a través de un mísero instrumento. Quiero
que esto se sepa, para que levantemos nuestro
pensamiento a Dios y le agradezcamos cuanto quiso
hacer en favor nuestro. El daba gracias
continuamente al Señor, no solamente por los
beneficios que le había concedido, sino también
por los muchos dones que sabía le estaban
preparados. Basta recordar lo que ya hemos dicho.
Cuando se reunía don Bosco en 1846 y 1849 con
don Sebastián Pacchiotti y los otros sacerdotes,
empleados con él en el Refugio, con don Juan
Cocchis y algunos más, y se hablaba y se discutía
sobre la manera de organizar de forma estable el
Oratorio festivo, él respondía siempre a las
dificultades que le presentaban diciendo que un
día vendrían en su ayuda clérigos y sacerdotes
suyos, que realizarían todo aquello. Entonces
algunos de los sacerdotes que parecían tan celosos
por los Oratorios, le abandonaron uno tras otro,
como desmintiendo anticipadamente la profecía, que
tanta risa les causaba. Y, sin, embargo, no
tardaron en aparecer los primeros clérigos
anunciados. Estos eran bien vistos por toda clase
de personas, puesto que, lo mismo en público que
en privado, se prestaban para muchas ((**It4.428**)) obras
de caridad, igual para asistir a sus compañeros,
que para dar clases nocturnas y catecismo en los
diversos
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