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limosna. Don Bosco no llevaba dinero, como solía
sucederle, por lo que se dirigió a mí y me
preguntó si yo tenía algo. Respondíle abriendo mi
cartera, y al ver que yo llevaba un billete de dos
liras, me rogó se lo diese a aquel pobre,
prometiéndome que me lo devolvería. En efecto,
unos meses después me dijo que tenía una deuda
conmigo, refiriéndose al billete de las dos liras,
y me las ofreció. Pero yo no acepté,
considerándome feliz de poder colaborar en su
caridad>>.
Escribía don Francisco Dalmazzo: <>.
Don Joaquín Berto añade: <((**It4.416**)) para
darle; pero no teniéndola y habiéndole hecho
observar, por otra parte, que eran muchos los
pobres que se acercaban para poder socorrer a
todos, me dijo:
->>No sabes que está escrito: Date et dabitur
vobis (Dad y se os dará)?>>
No veía una desgracia, que él no intentase
remediar. Andaba un día con don Miguel Rúa y don
Francisco Dalmazzo por una de las calles
principales de Turín. Se encontraron con un peón
de albañil, que arrastraba una carretilla muy
cargada, sin fuerzas para ello, y lo demostraba
llorando. Don Bosco, sin decir nada a sus
compañeros, se separó de ellos, y, con gran
estupor, viéronle empujar hacia adelante la
carretilla durante un trayecto bastante largo.
No veía en las criaturas más que a su Creador,
sin hacer distinción ninguna: prestaba su benéfica
ayuda a todo el mundo, ricos o pobres, y lo mismo
espiritual que corporalmente; no se preocupaba de
errores, culpas, enemistades, ingratitudes u
opiniones contrarias, ni del partido a que
pertenecían los peticionarios. No prevalecían en
él simpatías o antipatías. Si en alguna ocasión se
podía decir que manifestaba alguna predilección,
era en favor de los más desgraciados, con los
cuales, ya antes de abrir su internado, tenía una
admirable generosidad, como tantas veces nos lo
repetía don Félix Reviglio. De 1849 a 1860 hubo
otra nueva clase de personas que experimentó su
beneficencia y fue la de los emigrados políticos,
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