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((**Es4.309**) El ave permaneció en aquel lugar hasta las cuatro de la tarde, hora en que llegaba un mensajero del Gobierno para advertirles que había desaparecido el peligro de nuevas explosiones. >>Qué sucedió mientras tanto en el Oratorio? Una viga encendida, de seis a siete metros de larga, fue a caer a pocos pasos de la casita de don Bosco, la cual, dada su pobre construcción, hubiera ardido y se hubiera arruinado, si la mano de Dios hubiera dejado que la viga cayera encima. La nueva iglesia, fresca todavía, quitados los andamios poco antes y con la bóveda aún sin tejas, habría podido desplomarse o resquebrajarse; pero la Divina Providencia dispuso que, aunque faltaba poco para bendecirla, todavía no tuviera colocadas puertas ni ventanas. Así que, como estaba abierta a todos los vientos, el estampido no la sacudió con tanto ímpetu ni le causó daño alguno. La parte del Oratorio más castigada fue la destinada a vivienda, ya que sufrió espantosas hendiduras. No es menester decir que no quedó un vidrio sano: las ventanas cerradas se abrieron con tal violencia que, al chocar contra el muro, se hicieron pedazos. Una puerta de la capilla que daba al norte, hinchada con la humedad del invierno y con la cerradura enmohecida, no se podía abrir hacía algunos meses; pero el estallido liberó al sacristán de toda suerte de preocupaciones, porque no solo la abrió sino que la arrancó de quicio, arrojándola en medio de la capilla. Lo mismo sucedió en una habitación de la planta baja que servía de cantina. También fue arrancada la puerta de la pared, y durante algunos días los muchachos hubieran podido entrar tranquilamente a beberse el vino de mamá Margarita; mas, por desgracia, no había. Se dio otro suceso extraordinario y hasta sobrehumano que vamos a contar. Había entre los internos ((**It4.401**)) un tal Gabriel Fassio, muchacho de trece años de excelentes costumbres y eximia piedad. Trabajaba de herrero. Don Bosco había predicho que moriría pronto, le apreciaba mucho y solía ponerlo por modelo. Decía muchas veces: -íQué bueno es! Sucedió, pues, que este jovencito cayó enfermo, un año antes del fatal suceso y llegó a las puertas de la muerte. Había recibido los últimos sacramentos, cuando de pronto un día, iluminado por el Cielo, empezó a repetir: -íAy de Turín, ay de Turín! Algunos compañeros que estaban a su lado, le preguntaron: ->>Y por qué esos ayes? -Porque un grave desastre amenaza a la ciudad. (**Es4.309**))
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