((**Es4.308**)
un hombre de vida poco ejemplar; pero al llegar
frente a la delicada estatua y verla allí inmóvil,
con su ligera corona en la cabeza, enmudeció:
contemplóla un largo rato y soltó estas texuales
palabras:
íAquí debe andar el demonio! De otro modo no podía
estar así. Nosotros compadecemos a aquel
desgraciado y decimos: El diablo no solamente
hubiera hecho añicos las imágenes de la Virgen,
sino que hubiera derribado de su trono celestial a
la mismísima Virgen, si esto le hubiere sido
concedido. Está, pues, fuera de duda, que la
frágil estatua en aquel alto, cercada de tantas
ruinas, era un signo visible de la invisible
presencia ((**It4.399**)) de
María que, cual Madre amorosa, velaba por sus
hijos y por toda la ciudad de Turín, a la que
salvaba de una ruina total.
La Santísima Virgen no limitó sus vigilantes
cuidados a los maravillosos hechos que acabamos de
narrar: dio prueba indubitable de su maternal
solicitud en otros lugares piadosos, expuestos
también a graves peligros. Como a unos
cuatrocientos metros de distancia del polvorín se
levantaban tres instituciones de la marquesa de
Barolo, el monasterio de las Magdalenas, el
Hospitalillo de Santa Filomena y el contiguo
Colegio, en las cuales había más de quinientas
personas entre monjas y jovencitas, sanas o
enfermas: todas ellas, de la primera a la última,
quedaron libres de toda desgracia. En las paredes
del Hospitalillo que miran al norte, se veían las
señales profundas de los proyectiles estallados
contra ellas; en el monasterio de las Magdalenas
cayó un peñasco de unos diez quintales y todavía
se conserva en él un armario lleno de piedras, de
barras de hierro retorcidas y objetos similares
que llovieron sobre el patio, sobre el edificio, y
que penetraron hasta en las habitaciones y
corredores;
pero ninguna de las más de cien personas que en él
se albergaban fue tocada. En el enfermería había
dos religiosas enfermas que no se levantaban de la
cama hacía mucho tiempo. Aquella mañana, hacia las
once, pidieron levantarse y salir a tomar un poco
de aire en el jardín, y la superiora, contra su
costumbre, se lo concedió. Pues bien, apenas
salieron, una enorme viga cayó sobre el techo de
la enfermería, lo abrió y penetró con tal ímpetu,
que destrozó las camas de las dos enfermas.
Además, mientras las Magdalenas estaban a punto de
romper la clausura, con inmenso dolor, y salir en
busca de un lugar más seguro, vieron volar una
blanca paloma que fue a posarse sobre la cruz que
coronaba el tejado de su sagrado asilo. Lo tomaron
por un feliz presagio y dijeron:
-Si la paloma levanta el vuelo de allí,
((**It4.400**)) también
nosotras saldremos; y si no, nos quedaremos.
(**Es4.308**))
<Anterior: 4. 307><Siguiente: 4. 309>