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de escayola, coronada con un aro de doce
estrellas. Habríase dicho que estaba allí como
centinela y escudo de la Pequeña Casa, casi como
para imponer la ley a la naturaleza, al desastre,
y marcarles los caminos y sus límites. En efecto,
explotaron los dos almacenes de pólvora a aquella
tan breve distancia y con la larga y dolorosa
serie de consecuencias más arriba señaladas; una
continua tempestad de proyectiles de todo género y
peso cayó por todas partes contra la casuca de
Nazaret. La columna guarda todavía las huellas de
los proyectiles que la golpearon, pero la estatua
de la Virgen apenas si se movió una pulgada de su
base. Allí está intacta e ilesa con su cabeza
coronada pero, así como antes miraba hacia el
atrio de la casa, ahora mira hacia el polvorín.
>>Cómo no reconocer, saludar y agradecer su fiel
custodia y amorosa defensa? Porque, en efecto, el
tejado quedó totalmente desvencijado y cayó sobre
el cielo raso, y éste, rotas las vigas, se
desplomó juntamente con las tejas en la habitación
donde estaban recogidos todos los bebés, unos en
sus camitas o sus cunas, otros de pie o sentados
en sus silletas. Era para pensar que ninguno o muy
pocos habrían podido escapar a tanta ruina. Así lo
creían y temían todos los que habían visto y
presenciado el suceso. Corrieron, pues, al lugar
para prestar socorro a las inocentes criaturas y
ayudar a las monjas enfermeras; pero, gracias a la
Madre vigilante, que desde lo alto los
contemplaba, ni siquiera uno escapó a sus amorosos
cuidados. ((**It4.398**)) Los
chiquitos más ágiles corrieron fuera de la puerta,
al primer estallido, los otros, con dificultad
para huir o que de un modo u otro yacían en sus
camitas, no se sabe cómo, fueron protegidos y se
encontraron ilesos e incólumes. Uno de ellos rodó
por tierra juntamente con la cuna, pero ésta dio
una vuelta de campana y quedó cubriendo al niño,
defendiéndole de las tejas y de las escombros que
le hubieran aplastado. Era una escena conmovedora
oír en medio de los gritos y gemidos a aquellos
chiquillos que repetían: Perdón, Virgen Santísima
perdón, seremos buenos, seremos buenos>>. Hasta
aquí la pluma de monseñor Anglesio 1.
Las maravillas narradas, y sobre todo la de la
débil columna pareció un hecho tan sigular y tan
fuera de lo normal, que hasta unos judíos que,
atraídos por la curiosidad la vieron, dijeron se
trataba de un verdadero milagro. Al día siguiente,
giraba por aquellos contornos, lanzando blasfemias
contra Dios por culpa de aquel desastre,
1 Maravillas de la Divina Providencia en su
Pequeña Casa, etc., por intercesión de la
Santísima Virgen. Turín, Pedro Marietti, 1877.
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