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de sus ventanas se hicieron añicos juntamente con
los marcos desvencijados y apedazados; por toda la
calle Dora Grossa y otras de la ciudad, a más de
un kilómetro, no quedó un cristal intacto en las
ventanas; en el atrio mencionado cayó una lluvia
de proyectiles de toda suerte: ladrillos, piedras,
hierros y maderas. Los altos y pesados armarios,
que allí cerca estaban, vinieron al suelo en un
instante. A la parte opuesta, esto es, detrás del
cuadro, la fortísima puerta de nogal, que da paso
a la calle, cerrada con una gruesa cadena de
hierro, se abrió en dos destrozando la misma
cadena, y se rompió el ángulo de la pared, en la
cual ((**It4.396**)) estaba
colgado el cuadro de la Virgen...
Y algo admirable. El cuadro entero, con su
cristal y con todos sus adornos, siguió inmóvil.
Parecía que la hermosa imagen de María, con amable
aspecto, dijese a todos sus hijos espantados: Ego
sum, nolite timere: aquí estoy yo, vuestra Madre,
no temáis, seré vuestro escudo, vuestra defensa.
Un señor que, pocas horas después, entraba por
aquel atrio, procedente del interior de la ciudad,
al contemplar todavía intacto el cristal ante la
imagen de María, cuando no se veía uno solo en las
casas y se caminaba por las calles sobre vidrios,
sintió un misterioso escalofrío por todo su
cuerpo, y, lleno el corazón de inmensa alegría, se
echó a llorar como un niño. Ninguno alcanzó a
explicar con las leyes de la física, por más que
se afanara en ello, todo este conjunto de sucesos,
por lo que fue necesario, y aún lo es, acogerse a
la mano poderosa del Señor y a la protección de su
divina Madre, que de esta forma demostraba que
velaba por la suerte de Turín.
Pero hay un hecho que resplandece por encima de
todos los demás y que hace palpar el patrocinio de
María Santísima en aquel día espantoso: es el que
vamos a exponer con las mismas palabras del jamás
bastante llorado monseñor Luis Anglesio, a la
sazón Superior del portentoso instituto del
Cottolengo desde hacía diez años.
<((**It4.397**)) esta
columna y el techo se había levantado otra columna
de arcilla dura (terracota), una de las que habían
servido para uso de las estufas, y sobre esta
columna se apoyaba una estatua de la Inmaculada de
un metro de alta, hueca,
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