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más de tres metros, una estatua de madera de la
augusta Reina de los Cielos colocada en un nicho.
A la explosión, la pared vino a tierra y la
estatua, como si hubiera descendido lentamente de
su nicho, apareció derecha sobre su base y rodeaba
de escombros. Daba la impresión de que estaba viva
y de que había bajado a consolar desde más cerca a
los que buscando salida y refugio, transitaban por
aquel corredor. En el Oratorio privado, llamado el
Santuario, muy querido de siempre por el venerable
Cottolengo, había colgados de la pared cerca de
trescientos cuadros de varias dimensiones, con su
correspondiente vidrio o cristal, con fotografias
de los santuarios más célebres y milagrosos,
levantados por el mundo en honor de la madre de
Jesús. Estaba situado enfrente del polvorín,
expuesto por consiguiente al primer ímpetu de la
violenta explosión y sin defensa. Pues bien:
estalló cerca el tremendo volcán; en la habitación
contigua al Santuario, protegido por el muro,
cayeron por tierra grandes y pesados armarios, se
arruinó una parte del techo, se destrozó la
puerta, y la tranca de hierro que la cerraba se
retorció como una cuerda o blanda cera. >>Y los
cuadros? Los cuadros del Santuario permanecieron
en su puesto con sus correspondientes cristales
intactos. En la iglesia de la comunidad y en la
capilla del Santo Rosario había también una
estatua de María, encerrada en un nicho. A la
distancia de seis metros se abrió el gran arco que
sostenía la cúpula de la iglesia; el órgano,
colocado en lo alto de una tribuna, cayó por
tierra a la distancia de unos pasos; quedó abierto
de par en par ((**It4.395**)) el
marco con grandes cristales que cerraba el nicho;
pero la estatua de María, como Señora y Reina,
permaneció inmóvil con su corona en la cabeza y
apenas si permitió que le cayera de la oreja uno
de sus pendientes.
Pero, con lenguaje todavía más elocuente,
demostró la poderosísima Virgen su visible
protección aquel día. He aquí dos hechos.
En el atrio de entrada al pío Instituto del
Cottolengo, junto a las dos puertas que dan a la
vía pública, había, y hay hoy todavía, colgado de
la pared, un cuadro de un metro de altura con la
imagen de nuestra Señora de la Consolación pintada
por mano maestra. El cuadro estaba, como hoy lo
está, defendido por un cristal cercado de flores,
de corazones de plata y otros lindos adornos. Los
que entran y salen suelen recitar una avemaría
ante la venerada imagen. El atrio se encontraba,
por la parte interior que da al patio, frente al
polvorín y sin ninguna protección de por medio.
Así que, al estallar los dos almacenes se produjo
tal sacudida, que se abrieron violentamente hasta
las puertas cerradas del Instituto: más de diez
mil cristales
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