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llamada el Cottolengo. El piadoso Instituto se
levantaba a poca distancia del polvorín; algunos
de sus edificios distaban solamente de ochenta a
cien metros. En consecuencia la terrible explosión
derribó tejados, paredes y cielos rasos. Muebles,
armarios y cómodas quedaron desbaratados. Enseres
de todo orden saltaron por los aires con gran
estrépito. Puertas y ventanas fueron arrancadas de
cuajo. Por todas partes llovían vigas, trozos de
madera y de hierro, piedras, ladrillos y escombros
de todo género. Pero, en medio de tanta ruina, en
medio de una lluvia de mortales proyectiles, en
medio de ((**It4.393**)) tan
grandes peligros, ni uno solo, de los mil
trescientos asilados en el Instituto, fue herido.
Allí había enfermos, ciegos, tullidos, locos,
niños y ni uno solo sufrió el menor golpe o
rasguño. Muchos vieron pasar la muerte antes sus
ojos; viéronla blandir la terrible guadaña sobre
su cabeza; mas sin tocar a ninguno. Sobre el lecho
donde yacía un enfermo, rompíase un trozo de cielo
raso, que caía a los pies o a los lados. Estaba a
punto de derribarse en otra parte la pared, mas se
quedó como suspendida en el aire, dando tiempo
para apartar la cama con su enfermo. En los
dormitorios de los niños se hundió el tejado,
cayeron muchísimas tejas, pero ni una sobre las
camitas y las cunas de los inocentes. La
enfermería de las muchachas subnormales tenía más
de veinte camas y hacía tres años que nunca había
estado vacía, sobre todo antes del mediodía. Pues
bien, aquella mañana, como sí presintieran lo que
iba a suceder, todas se habían levantado y se
habían reunido en la habitación contigua. Mientras
tanto tuvo lugar la explosión y cayó sobre aquella
enfermería una larga y gruesa viga que rompió el
techo y fue a parar en mitad de la habitación,
arrastrando tras de sí la mayor parte del cielo
raso y destrozando hasta las camas de hierro. Pero
las camas estaban vacías.
Hubo unos hechos inexplicables y consoladores,
que demuestran la visible protección de la Virgen,
y que se refieren a sus imágenes. Por todas las
habitaciones se veían alacenas, armarios caídos
por tierra y puertas desgajadas de los muros con
el violento estallido: sin embargo, en todas se
veía colgado todavía de la pared el cuadro de la
Virgen. En la enfermería, llamada de Santa Teresa,
había una estatua de María dentro de una campana
de cristal a la altura de dos metros: campana y
estatua cayeron sobre el pavimento, ((**It4.394**)) pero
quedaron totalmente intactas. Las ventanas del
largo dormitorio de los huérfanos, que daban hacia
el polvorín, estaban tapiadas con ladrillos. Llegó
la catástrofe, aquellos muretes se cayeron, salvo
dos en los que colgaba el cuadro de María
Santísima. En un corredor subterráneo, que une una
parte de la casa con la otra, había, a la altura
de
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