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((**Es4.301**) porque se ignoraba el origen y la causa del desastre. Poquito a poco iba cundiendo la voz, y eran muchos los que corrían desde el centro de la ciudad hacia el polvorín, pero, al llegar cerca del mismo, eran empujados hacia atrás por la muchedumbre que huía de los barrios próximos anunciando inminentes y más graves desastres. Algunos valientes, juntamente con los soldados y los guardias, el alcalde Bellone con las autoridades civiles, y el mismo rey Víctor Manuel con el duque de Génova y los ministros, se presentaron en el lugar de la desolación. Y con ellos, nuestro don Bosco. Se hallaba él, en el preciso momento del primer estruendo en el salón de exposiciones de objetos para la Tómbola. Al oír la explosión, que sacudió todos los edificios, descendió a la calle para saber qué había sucedido. En aquel instante se oyó el segundo estruendo, y un momento ((**It4.389**)) después cayó a su lado un saco de arena, faltando poco para darle encima. No tardó en saber que había estallado el polvorín, a poco más de quinientos metros del Oratorio. Corrió enseguida a casa, temiendo hubiera sucedido alguna desgracia, pero la encontró vacía. Todos, sanos y salvos, habían escapado a los campos y prados vecinos. Entonces, sin tardanza y sin calcular el peligro, voló al lugar del desastre, para prestar a algún desgraciado los socorros del caso. Por el camino se encontró con su madre que, en vano, intentó detenerle. Tropezóse también con Carlos Torratis y le ordenó: -Vuelve atrás, ve a buscar a las monjas que han salido de sus conventos y andan por calles y plazas; acompáñalas a todas a la plaza Paesana. Allí hay un ómnibus para llevarlas a Moncalieri, a casa de la marquesa de Barolo. Tomatis corrió y cumplió el encargo recibido, sin poder comprender cómo don Bosco, sin comunicación anterior alguna, conociese lo dispuesto por la Marquesa en aquella apurada situación. Mientras tanto, llegó don Bosco al lugar y se abrió paso por entre las inmensas ruinas. íEra un espectáculo desgarrador! íCadáveres despedazados, piernas y brazos esparcidos por uno y otro lado! íGritos desgarradores que salían todavía de las humeantes ruinas! Y, lo que era más espantoso aún: el miedo a un tercer estallido inminente, que habría causado la muerte a los más próximos y también a los lejanos. Afortunadamente los dos almacenes, que se habían incendiado y producido tan horrendo estrago y ruina, no contenían más que unos pocos quintales de pólvora; pero a pocos metros de ellos había todavía un tercero, ya sin techo, y con todos los edificios circundantes en llamas (**Es4.301**))
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