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para muchos de ellos era un gran fastidio
permanecer en ayunas hasta ir a comer a casa. Don
Bosco estaba satisfecho al ver sus buenos
resultados, y no se cansaba de repetirles:
-Por favor, os recomiendo que no dejéis nunca
solos a los muchachos, sino que los asistáis
siempre, constantemente y en todas partes.
Y para animarles, les explicaba el lema de San
Agustín: Animam
salvasti, animam tuam praedestinasti (Salvaste un
alma: predestinaste la tuya).
La catequesis cuaresmal tocaba a su fin,
bendecida evidentemente por el Señor, y se
empezaba el triduo de preparación para la Pascua,
que quedó impreso en los jóvenes con la siguiente
anécdota, así descrita por el profesor Raineri.
<((**It4.385**)) Bosco
daba la instrucción sobre el tema: Huir de las
ocasiones de pecado, huir de los peligros. Al
llegar a cierto punto dijo:
>>-El que no quiere quemarse, se mantiene lejos
del fuego.
>>Y he aquí que, precisamente en aquel
instante, se le encendieron unas cajitas de
cerillas a cierto chiquillo hortelano, que las
guardaba en el bolsillo para llevarlas a su casa.
Inmediatamente, el humo y el intenso chisporroteo
llamaron la atención de todos. Nunca se entendió
tan rápidamente un precepto, ni se consiguió
confirmarlo tan deprisa con un ejemplo. Estallaron
las risas y dieron la razón al maestro, que
también rió; pero su risa se veía, no se oía
nunca>>.
También se obtenían óptimos frutos en los otros
Oratorios. En ellos don Bosco era siempre ayudado
por celosos sacerdotes y por el teólogo Borel, el
cual pasaba a menudo de un Oratorio a otro
catequizando y predicando con admirable ardor y
eficacia. El, sin embargo, iba a ellos de vez en
cuando, y ícon qué alegría, con qué vítores era
recibido por los muchachos! En estas ocasiones
solía predicar él mismo, y después de las
funciones, procuraba tener junto a sí a los
muchachos, a cada uno de los cuales daba un
consejo particular, tan a propósito y conveniente
a su índole, como si siempre hubiera sido su amigo
íntimo. Y Dios le bendecía, y muchos muchachos que
en principio daban pocas esperanzas de un buen
resultado, salían mejorados de los Oratorios, y se
convertían en hombres fieles y honorables en los
empleos que ocupaban.
Terminadas las fiestas pascuales, los nuevos
catequistas, que pertenecían a la Compañía de San
Luis, siguieron con mayor ardor y extendieron su
misión a los alumnos internos. Don Bosco quería
que todos aprendiesen los oficios sagrados y el
canto gregoriano, y en
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