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de aquellos señores, y todos estaban por don
Bosco. Don Rodrigo andaba enojado por ello al ver
su fracaso, y don Bosco para desinflar sus
artificios aumentó las atracciones con juegos
nuevos y divertidos. Como quiera que el patio no
era lo suficientemente ancho para nuestras
maniobras y las partidas de bochas, salíamos a
jugar y a hacer los ejercicios militares en el
campo vecino, donde ahora está la iglesia de María
Auxiliadora. Muchas veces, para dar mayor desahogo
a nuestro batallón, llegábamos hasta los prados
del barrio de San Donato, siempre a través del
campo, lo que resultaba un paseo militar. Al
llegar allí, iba yo a comprar dos grandes cestos
de fruta con el dinero que me había dado don Bosco
para este fin y la distribuía entre todos mis
soldados. La gimnasia y las carreras estaban a la
orden del día. A menudo invitaba también a correr
a don Bosco, el cual aceptaba y, lo que dejaba a
todos estupefactos era que, casi siempre,
alcanzaba el premio señalado para el que llegase
primero a la meta>>.
Don Bosco, entretanto, con su férrea voluntad,
se había rehecho del todo proveyéndose de nuevos
catequistas, tanto más cuanto que una parte de los
sucesos había tenido lugar a principios de la
instrucción cuaresmal. La Cuaresma había comenzado
el 25 de febrero y terminaba con la Pascua el 11
de abril, y no podía él distraer el personal del
Oratorio de San Luis, ni el del Santo Angel
Custodio, donde se reunía cerca de ((**It4.384**)) un
millar de chiquillos, a los que además se les daba
un poco de clase. De los antiguos catequistas de
Valdocco no le había quedado más que un jovencito
de catorce años, Juan Francesia, que todavía vivía
con sus padres. Entonces añadió a éste a Juan
Cagliero y otros internos de su tiempo y a algún
clérigo, todos ellos siempre prontos a seguir sus
indicaciones. Puede decirse que eran unos
muchachos; sin embargo, cada uno de ellos atendía
a una clase de veinte o veinticinco granujillas y
todos se esforzaban por cumplir su oficio. Así
que, aunque alguno de los alumnos era mayor que su
catequista, a ninguno se le pasaba por las mientes
querer molestar. Además, don Bosco daba vueltas
vigilándolo todo. Había ordenado se enseñase el
catecismo al pie de la letra, haciendo de vez en
cuando certámenes públicos y distribuyendo
pequeños premios. Los nuevos catequistas, con
desenvoltura y prudencia superiores a su edad,
asistían durante los días festivos a los externos
mientras se preparaban para confesarse, durante la
santa misa y la plática (que se hacía a
continuación), las funciones de la tarde y durante
los recreos. Frecuentemente se encargaban de
repartir el pan a los externos, sobre todo si
habían comulgado, ya que
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