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el mesón del Centauro, donde, apenas llegados, nos
sirvieron unos refrescos. Al mediodía nos
presentaron una comida estupenda: no se podía
esperar más. Exquisitos y abundantes vinos.
Después de comer, empezaron las diversiones.
>>Jugamos a las bochas, cantamos, corrimos y
siempre se nos sirvieron óptimos vinos. Pasóse así
toda la jornada. Al anochecer volvimos a la ciudad
y, al llegar a Puerta Palacio, nos fuimos todos no
a la Bendición, sino a tomar un café, y después
nos separamos para ir cada cual a su casa con la
invitación de volver a encontrarnos todos el
próximo domingo por la mañana, en la iglesia de
San Martín.
>>Yo, en vez de irme a casa, fui al Oratorio
para contar a don Bosco todo lo sucedido y
preguntarle qué debía hacer al domingo siguiente.
Don Bosco, después de oírme hasta acabar, me dijo
que acudiera allí. Al domingo siguiente nos
encontramos en la iglesia indicada. Acabada la
misa, nos llevaron al café llamado de las Galerías
de San Carlos, que se encontraba en Puerta Nueva
(hoy vía de Roma) para desayunar.
((**It4.377**)) >>En
estas dos ocasiones, nos insistieron en los
sermones para que abandonáramos el Oratorio; nos
decían que Dios está en todas partes y que en
cualquier lugar podíamos santificarnos, si
queríamos.
>>Volví por la tarde al Oratorio para dar
cuenta de todo a don Bosco y le comuniqué la nueva
invitación para una merienda al domingo siguiente:
pero don Bosco no me dejó que volviera con aquella
gente.
>>Don Rodrigo me regaló seis escudos de plata
(treinta liras) creyendo que de este modo lograría
mejor su deseo de afiliarme para siempre a su
grupo. Yo no quería aceptarlos; pero tantas
razones me dio, al poner las monedas en mi mano,
que me quedé helado y de piedra, como una estatua
de mármol. Apenas tuve los dineros, perdí la
tranquilidad, me entró remordimiento creyendo que
había traicionado a don Bosco sólo con haberlos
aceptado, y los entregué como limosna
inmediatamente a un pobre padre de familia que
andaba muy necesitado. Corrí después al Oratorio
para exponer a don Bosco lo sucedido, y él me dijo
que podía haberme quedado el dinero sin ningún
escrúpulo, pero que había hecho una obra buena al
darlo de limosna>>. Hasta aquí Brosio.
A don Rodrigo no le faltaba el dinero: lo tuvo
en abundancia durante mucho tiempo, gracias a
personas riquísimas, que creían sinceramente estar
ayudando a obras de caridad. Pero, como siempre
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