((**Es4.286**)
Al M. Rvdo. Sr. D. Pedro Ponte, en casa de la
Señora Marquesa de Barolo. Nápoles.
Mi muy apreciado don Pedro:
Creía haber podido responder a su
apreciadísima, antes de que usted saliera de Roma,
pero no tuve ese gusto, y no me fue de ningún modo
posible por una continua serie de ocupaciones y
dificultades. Yendo, pues, en seguida, y en este
momento, al tema más importante, empiezo por
recomendarle deponga toda suerte de inquietud y
afán sobre la resolución a tomar en el asunto de
que me habla, porque estoy seguro de que los
compañeros no lo hacen por tesón, ni ((**It4.369**)) por
animadversión hacia usted, ni por ganas de romper,
pues sé que esperan siempre su colaboración, en
cuanto el Señor le quiera de nuevo en Turín, y
ojalá fuera muy pronto. V. S. puede, en
conciencia, determinarse como crea oportuno, ya
que es dueño de ello, y si quiere que yo le
adelante mi opinión, en el presente estado de
cosas, pienso que haría usted muy bien cediéndolo
todo, no ya a un individuo, sino para el uso de
los Oratorios, pero con la facultad de servirse
usted mismo de ello antes que nadie mientras pueda
prestarse, como así lo espero, a esa obra del
Señor. Si piensa obrar de otro modo, hágalo con
plena libertad, y tome por no dicho cuanto le he
sugerido.
Vuelvo a repetirle que esté alegre, sereno y
tranquilo; por doquiera hay cruces, pero agrada al
Señor la tranquilidad y la paz en todas partes.
Ruégole diga a la Señora Marquesa que, también
desde lejos, se puede rezar recíprocamente, y que
yo no la olvido en mis pocas oraciones. Muchos
saludos al señor Péllico y me tenga siempre, como
de corazón lo soy, por,
Turín, a
6 de enero de 1852
Su
afectísimo
JOSE
CAFASSO, Pbro.
Pero las amables instancias de don José Cafasso
no dieron resultado, y mientras tanto, se
desarrollaba en el Oratorio una escena tan
desagradable como nunca más se vio, ni antes ni
después. Don Rodrigo con sus compañeros había
urdido una conjuración secreta para reducir el
Oratorio a la nada, como ellos mismos decían;
querían quitarle a don Bosco los muchachos
mayores, Germano, Gastini y otros externos, que
actuaban como catequistas en las clases.
(**Es4.286**))
<Anterior: 4. 285><Siguiente: 4. 287>