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hacía, que, si llegaban a sus oídos, los juzgaba
simplemente con criterio común o como ilusión de
una fantasía.
El teólogo Leonardo Murialdo, ajeno a toda
disensión, apoyo durante muchos años de los
Oratorios del Angel Custodio y de San Luis,
sincero y acérrimo amigo de don Bosco, aunque no
le trataba frecuentemente, en razón de las graves
ocupaciones propias, a lo largo de la semana,
contaba la opinión que de él se había formado
durante estos años y cómo le tenía por lo que era
después de profundo estudio.
<>Por otra parte, don Bosco fue uno de esos
siervos de Dios, que hacen consistir la santidad
en sacrificios por la salvación ((**It4.368**)) de las
almas y la gloria de Dios, de acuerdo con el lema
que, si no yerro, le era familiar a San José de
Calasanz: -Qui orat bene facit, qui juvat melius
facit (El que ora, bien hace; el que ayuda, mejor
hace). A mí, no me constan prolongadas oraciones
ni penitencias extraordinarias de don Bosco; pero
sí me consta su trabajo incansable, sin reposo,
durante una larga serie de años en obras para
gloria de Dios, con fatigas sin interrupción,
entre cruces y contradicciones de toda suerte, con
una calma y una tranquilidad singulares, y con un
resultado prodigioso para la gloria divina y el
bien de las almas. Ahora bien, Dios no acostumbra
elegir, como instrumento especial de la gran obra
de la santificación de las almas, a hombres
malvados ni mediocres en virtud>>. Así escribe el
teólogo Murialdo.
Si, por consiguiente, don Rodrigo y sus
compañeros no vieron entonces lo que tampoco veía
el doctísimo y ya muy avanzado en vida espiritual,
teólogo Murialdo, no hay que maravillarse. Don
José Cafasso buscaba cómo armonizar los ánimos
agitados y escribía la siguiente carta:
(**Es4.285**))
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