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protestantes, principalmente el de la virginidad
de Nuestra Señora. on Bosco se acaloró de tal
forma, al desarrollar el tema, que su rostro se
encendió, como si fuera la llama de un potente
faro. Yo mismo lo vi>>.
A su tiempo diremos cómo, en otra
circunstancia, también nosotros fuimos testigos de
semejante maravilla.
En tanto, había empezado don Bosco a entregarse
con gran solicitud a la tarea de convertir a los
herejes. Fue tan grande su constancia, durante
muchos años, que tuvo el consuelo de recibir un
considerable número de abjuraciones de apóstatas y
de otros nacidos en la herejía. No es para contar
cómo gozaba cuando podía agregar a alguien a la
Iglesia verdadera.
Frecuentemente iban a visitarle algunos de los
engañados por los valdenses, que habían renegado
de la fe. El los recibía con afabilidad, les
explicaba las verdades católicas con toda
claridad, les mostraba cómo habían sido seducidos,
ponía ante sus ojos el mal paso que habían dado y
los animaba a no desesperar nunca de la
misericordia divina. Al mismo tiempo les ayudaba
en cuanto le era posible. Algunos eran necesitados
y él les socorría, después de haberlos instruido.
A otros ((**It4.348**)) los
acogió en el Oratorio, para librarles de la
ocasión de recaer en el error y poder
catequizarlos mejor. Recogió, instruyó y convirtió
a algunos pobres muchachos protestantes. Hubo
familias enteras que volvieron, gracias a él a la
grey de Cristo, y proporcionó a algunas un medio
para vivir honradamente con su propio trabajo. Don
Miguel Rúa atestigua cuanto dejamos dicho.
Algunos neófitos valdenses acudían al Oratorio
para discutir, más que con ánimo de convertirse,
pero don Bosco los aceptaba.
<>. Porque, en efecto, si se
dan cuenta de que se quiere prevalecer sobre
ellos, entonces se preparan, más que para conocer
la verdad, para combatirla: y las contestaciones
fuertes cierran las puertas de su corazón,
mientras que la afabilidad las deja abiertas. Así
San Francisco
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