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y porque se refieren a dos compañeros nuestros,
que más tarde fueron honrados con altísimas
dignidades.
Ante ello, puédese preguntar qué hacía con los
muchachos, cuando estaban tristes o enfermos. Con
los primeros, no perdía ocasión para devolver la
sonrisa a sus labios; con los segundos, competía
en espíritu de sacrificio y continuos cuidados con
la madre más cariñosa que pueda darse. Un mal de
cabeza, un dolor de muelas, que cualquiera
tuviese, era para ella una gran pena. Los
muchachos, apenas sentían el más ligero malestar,
acudían a ella, siempre dispuesta a servirles, lo
mismo de día que de noche. Si oía un gemido, un
llanto, no estaba tranquila hasta no saber la
razón. Si uno se veía obligado a ir a la cama
enfermo, ya estaba ella al lado; preparaba las
medicinas, iba a trabajar junto a su cama, le
velaba cuando los otros iban a dormir.
Baste, para decirlo todo en pocas palabras, el
siguiente hecho. Cayó enfermo un muchacho con una
enfermedad infecciosa; como el médico prescribiera
que se le aislara totalmente, Margarita se puso a
su lado como una amable enfermera. Cuando
determinaron que fuera llevado al hospital y vio
que le subían por las escaleras, siguióle
silenciosa hasta el umbral y al ver a los
empleados levantar la camilla y ponerse en marcha,
rompió a llorar.
Margarita era el ángel custodio del Oratorio.
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