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-Mamá, déme un panecillo.
->>No te has comido ya tu merienda?
-Sí; pero íaún tengo hambre!
-Pobrecito, toma. -Y se lo daba-.Pero no se lo
digas a nadie, porque entonces vienen otros
compañeros tuyos, y después me dejan los mendrugos
en mitad del patio.
-Mamá, esté tranquila, no se lo diré a nadie.
((**It4.344**)) Y
corría al patio con su panecillo en la mano. Los
compañeros, al ver que comía, le rodeaban:
->>Quién te ha dado ese pan?
El chiquillo respondía a boca llena:
-Mamá Margarita.
Y corrían los otros como una exhalación hasta
ella, que nunca sabía decir no.
Volvía al domingo siguiente el mismo chiquillo
a pedir pan y Margarita le decía:
-Oye, la semana pasada dijiste a todos que yo
te había dado pan, y me pusiste en un apuro. Así
que hoy no te lo doy.
->>Entonces tenía yo que decir una mentira? Me
preguntaron y tuve que decir la vedad.
-Llevas razón, la mentira nunca está bien.
Y sin más, le contentaba.
Como se ve, los buenos muchachos tenían gran
ascendiente en su corazón. Cuando comenzaron las
clases para los estudiantes en el Oratorio, alguno
de ellos, después de salir de la escuela y tomar
el pan para la merienda, iba a la habitación de
Margarita y le decía:
->>Nada más?
->>Y no te basta?, respondía Margarita.
El chiquillo empezaba a comer su pan y después
repetía.
-Mamá, no puedo engullirlo.
->>Y por qué?
-íEstá seco! Si tuviera un poco de queso o una
loncha de salchichón, sabría mejor.
-íHale, hale, comilón! Da gracias a la
Providencia de que tienes pan blanco.
-íOh, mamá! -contestaba casi gimiendo el
picaruelo, mirándola piadosamente a la cara.
Y Margarita terminaba dándole lo que le pedía.
Hemos contado estos dos sencillos hechos, que
tal vez parezcan a alguien demasiado corrientes,
porque nos es más grata una ((**It4.345**)) gotita
de amor que todo un piélago de glorias, grandezas
y maravillas,
(**Es4.267**))
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